Los bebés son una centelleante e incansable constelación de señales, olorosas, visuales y auditivas, que provocan y orientan hacia ellos la atención de sus madres. Esta atención tan potente aparece ya en el momento del parto, incluso antes de que exista un contacto estrecho y prolongado con el bebé, y parece influenciada por la presencia de hormonas en la madre, aunque es indudable que, posteriormente, esta atención se verá reforzada por el contacto directo y la experiencia.
En cuanto a los estímulos olfativos, tal como nos cuentan Mileva-Seitz y Fleming en su revisión, nos vale con una camisetita impregnada del olor al bebé. Para ello, se ponen estas camisetas durante
Por otra parte, las madres que, después del parto, ya han estado con su hijo y lo han cuidado, tienen una mejor respuesta maternal, tanto para observadores externos como cuando se auto puntúan. Y, además, las madres que más contacto han tenido con sus hijos después del parto, son las que más eligen la camiseta con olor a bebé.
Y también intervienen las hormonas, como ya hemos visto. Por ejemplo, la concentración de cortisol después del parto influye en una mayor preferencia por la camiseta con olor a niño y por la camiseta con olor a orina de niño. Incluso hay relación entre los niveles de cortisol y que las madres sean capaces de reconocer a su hijo sólo por el olor en la camiseta; a más cortisol, mejor reconocimiento.
Y llegamos a la relación madre-hijo a través de los estímulos auditivos. Las madres responden rápidamente a los ruidos que emiten sus hijos, sobre todo a los gritos, y lo hacen con mucho sentimiento y atención. Esta respuesta a los gritos, como pasaba con el olor, también depende de los niveles de cortisol y, además, del propio ritmo cardíaco de la madre: a más cortisol y más ritmo cardiaco antes de oír llorar al bebé, la respuesta es más rápida y fuerte. Es curioso que la respuesta sea mayor a los gritos de dolor que a los lloros por hambre. Con estos estímulos auditivos, la respuesta, como hemos visto, depende del cortisol y del ritmo cardiaco, y estos dos factores no cambian en respuesta a los lloros del niño, es decir, los niveles dependen del metabolismo de la madre y no de las llamadas del bebé. Esto supone que las diferentes respuestas que observamos en las madres dependen de ellas mismas y de su fisiología y, quizá, esto explica lo variables que son las conductas maternas.
Pero los seres humanos somos eminentemente visuales y nuestras madres son expertas en reconocer la cara de sus propios hijos entre un conjunto de fotos de bebés. En los padres y madres, cuando ven imágenes o videos de sus hijos de 5 meses de edad llorando o riendo, primero baja su frecuencia cardiaca y, después, se acelera. Incluso en las madres de lactantes de 3 meses se acelera el corazón cuando las mira otro niño, lo que no ocurre si el niño mira hacia otro lado. Es más, parece que la mirada del niño atrae la mirada de la madre y se produce luego una especie de conducta a dos muy habitual de la relación madre-hijo que, incluso, se ha descrito como el comportamiento materno-filial típico de nuestra especie.
En resumen, entre madre e hijo hay olores, hay gritos y lloros y hay miradas que contribuyen al apego entre ambos. Estas percepciones, que llegan a través de los sentidos, mejoran con la experiencia, dependen del metabolismo de las hormonas, y están llenas de cariño y afecto.
*Mileva-Seitz, V. & A.S. Fleming. 2011. How mothers born: A psychobiological analysis of mothering. En ”Biosocial Foundation of Family Processes”, p. 3-34. Ed. por A. Booth y cols. Springer.