La maternidad no es un protocolo a seguir, no es un reflejo automático, no es unidimensional, no es igual para todas las madres ni para todos los hijos. Es tan compleja que, en nuestra especie, no es extraordinario conocer madres que no lo parecen, que no se preocupan del cuidado de sus hijos. Si es la maternidad es una respuesta innata a nivel del grupo, entonces hablamos de evolución, de adaptación, de presión selectiva. Pero también podemos estudiar la relación madre-hijo desde la perspectiva individual. Es lo que hacen Viara Mileva-Seitz y Alison Fleming, de la Universidad de Toronto en Ontario. Canadá.
La conducta de las madres hacia sus hijos tiene grandes parecidos y considerables diferencias entre individuos, dentro de cada cultura y entre culturas, y es evidente que entre especies. Entre los mamíferos, los parecidos incluyen el cuidado de las crías, una postura de la madre que facilite a las crías alcanzar los pezones para mamar, alguna forma de comunicación que indique las necesidades de la madre y de las crías, alguna manera de transportar las crías, especialmente si son muy inmaduros al nacer, y alguna forma de defensa del grupo madre-crías. Además, la mayoría de las madres mantienen a sus crías más o menos limpias y tienen un lugar seguro, un nido, en el entorno o en sí misma para que las crías duerman sin peligro. Además, las madres humanas añaden sentimientos de crianza y ternura hacia el niño, ansiedad ante su dolor o angustia, disgusto ante la separación y pesar ante la pérdida o la muerte de un hijo.
Las diferencias entre especies son muchas y variadas, y casi siempre se deben al proceso de crecimiento y desarrollo de la cría. En la mayoría de las especies de mamíferos, las crías son inmaduras, con ojos y oídos cerrados y un sistema nervioso que necesita crecer y madurar. Necesitan muchos cuidados y son muy dependientes para sobrevivir. También hay especies de mamíferos cuyas crías nacen con un importante grado desarrollo como, por ejemplo, en los equinos pues los potros, al poco de nacer, ya se levantan, caminan y pueden acompañar a la madre. La cría humana necesita muchos cuidados. Ve y oye al nacer pero no sabe moverse y no procesa bien la información que recibe del exterior. Está indefensa y necesita años de dependencia de la madre (hay casos de hasta dos décadas o más) para aprender, desarrollarse y sobrevivir.
Nada más y como un dato importante a tener en cuenta, está muy poco estudiada la variabilidad individual en la conducta madre-hijo, es decir, no se ha investigado por qué hay comportamientos tan diversos entre madres dentro de la misma especie, incluida la nuestra.
Las madres humanas también son similares y diferentes según la cultura en la que se han criado. Se parecen en el cuidado de los hijos, en su respuesta ante la angustia y el dolor del hijo y, curiosamente, todas cantan a sus hijos. Pero también hay diferencias. Las madres primerizas, si no han tenido un aprendizaje previo, tienen conductas diferentes ante su primer hijo: algunas les miran directamente mientras que otras lo evitan cuidadosamente; algunas no visten al recién nacido y lo acarician mientras que otras lo visten de inmediato; hay quienes duermen con su hijo y otras lo colocan en una cuna en su misma habitación o en otra; algunas los transportan sobre el pecho, otras a la espalda, otras en un vehículo con ruedas o sobre una tabla,…
Incluso dentro de la misma cultura aparece esa variabilidad individual que he mencionado y que muestra diferentes conductas post parto que duran desde minutos hasta meses y años. Hay madres muy comprometidas emocionalmente con sus bebés, con una intensidad variable en cuanto a la conducta de cuidados y atenciones. Van desde las que proporcionan abrigo y cobijo, alimento y refugio hasta aquellas que parece que se olvidan de sus hijos o, incluso, abusan de ellos.
(Continuará)
*Mileva-Seitz, V. & A.S. Fleming. 2011. How mothers born: A psychobiological analysis of mothering. En ”Biosocial Foundation of Family Processes”, p. 3-34. Ed. por A. Booth y cols. Springer.