En la segunda mitad del siglo pasado, los avances de la mujer en la ciencia y en la universidad han sido extraordinarios. Stephen Ceci y Wendy Williams, de la Universidad Cornell de Ithaca, en Estados Unidos, nos dan algunos datos de su país: la mitad de los médicos son mujeres, también lo son el 52% de los doctores en biología, el 57% en ciencias sociales, el 71% en psicología o el 77% de los veterinarios. Hace 40 años, la presencia de la mujer en estos campos era casi testimonial. Como ejemplo, nos vale que entonces el 13% de los doctores en biología eran mujeres. Sin embargo, en matemáticas o en las carreras técnicas las cifras no son como estas. Y lo mismo ocurre en las plazas de más categoría de cualquiera de las carreras. Así, en las primeras 100 universidades de Estados Unidos, sólo entre el 8.8% y el 15.8% de los profesores con plaza estable son mujeres, y entre los catedráticos, las mujeres no llegan al 10%. Por tanto, concluyen Ceci y Williams, aquí hay un problema y no conocemos la causa.
Se ha dicho que la discriminación por sexo ya comienza en las entrevistas para conseguir un trabajo y continúa en la concesión de becas y de proyectos de investigación. Pero la revisión de Ceci y Williams de lo publicado en los últimos veinte años, demuestra que estas afirmaciones carecen de base. La discriminación no se encuentra, por tanto, en las instituciones académicas y científicas y en sus procesos de selección y promoción de personal. No volveremos sobre ello; según Ceci y Williams, seguir este camino equivocado hace perder tiempo y recursos que podrían dedicar a buscar y corregir las verdaderas causas de la discriminación.
Para los autores, la razón está en las elecciones que las mujeres, como cualquier persona, deben hacer sobre su futuro. En ellas, estas elecciones están condicionadas por factores familiares como tener hijos, cuándo, cuántos y cómo criarlos, y expectativas profesionales que, a menudo, vienen condicionadas por el entorno. Muchos de estos condicionamientos vienen desde la infancia y la adolescencia, y desde el entorno familiar con sus ejemplos y referencias, y desde la educación. Es, por ejemplo, estar convencida de que las mates no son para chicas y mucho menos lo son las ingenierías. Estas ideas sólo cambian con nuevas referencias (Marie Curie, por ejemplo), con información y con educación.
Además, las instituciones científicas y académicas deben cambiar, según Ceci y Williams, su política anti-discriminatoria siendo conscientes de que hombres y mujeres son biológicamente diferentes y, a partir de ello, promover los medios adecuados para conseguir la igualdad. Por ejemplo, asuntos a corregir en Estados Unidos según el trabajo que estoy comentando: a mismo cargo y edad, hay más mujeres sin hijos que hombres sin hijos con plaza fija en la universidad, o hay el doble de mujeres que hombres, también con plaza fija, que consideran que tienen menos hijos de los que quisieran. O sea, que para conseguir plaza fija en las mejores universidades estadounidenses, una mujer debe tener menos hijos de los que quiere o, incluso, no tener ninguno. Y dando la vuelta a este asunto, hay el doble de hombres con hijos que de mujeres con hijos ocupando plaza fija de profesor.
Lean y mediten sobre ellos aquellos que tienen cargo y poder para cambiar esta situación.
*Ceci, S.J. & W.M. Williams. 2011. Understanding current causes of women’s underrepresentation in science. Proceedings of the National Academy of Sciences DOI:10.1073/pnas.1014871108