envidia.
(Del lat. invid?a).
A veces cuesta vencer la melancolía que produce el bien ajeno. Sobre este asunto, Julio Cabrales, de la Universidad Carlos III de Madrid, pone de ejemplo un sencillo juego que provoca resultados sorprendentes. Hay dos jugadores y un montón de dinero a repartir entre ellos. Uno de los jugadores es el que propone cómo repartirlo, y el otro jugador acepta o no según le parezca bien o mal la propuesta. Pero, si este segundo jugador no acepta el reparto, no hay dinero para ninguno de los dos. En este juego han participado gentes de todo tipo y condición e, incluso, se ha hecho con monos capuchinos. Los resultados, casi universales, son que las propuestas que supongan un beneficio desigual para el que propone son rechazadas por el segundo jugador aunque, es evidente, se quede sin nada.
Desde el punto de vista económico, no tiene sentido pues la decisión supone pérdidas para todos (o, mejor, no ganancias). Aunque el que propone haga un reparto desigual a su favor, siempre le toca algo al segundo jugador. Quizá resentimiento por una injusticia evidente o quizá envidia porque el otro tiene más: justicia o envidia, esta es la cuestión. O es posible que e este juego sean lo mismo.
Aversión a la desigualdad, así define Cabrales la envidia que, además, considera que está codificada en los genes (hasta los monos responden igual a este juego). Hay que tener en cuenta que el juego no es tan inocente como parece pues lo que aquí se gana se invierte en asuntos muy importantes, por ejemplo, en buscar pareja para la reproducción; no se puede permitir que otro consiga ventajas en tema tan esencial. Todos sin nada implica igualdad; lo que no debe haber son ventajas.
En la base del juego está el que las personas interaccionan porque quieren lo mismo y no llega para todos. Y esto también es muy antiguo: nuestros ancestros también tuvieron que aprender a repartir y, seguro, a alguno de ellos no le gustaba el reparto.
Con otro enfoque pero similar concepto, Giorgio Coricelli y Aldo Rustichini, de la Universidad de Lyon I, en Francia, y de Minnesota en Minneapolis, en Estados Unidos, nos presentan un aspecto que consideran distintivo de la envidia. Podemos sentir disgusto porque hemos tomado una decisión equivocada entre dos opciones; no importa, no va más allá pues sólo nos concierne a nosotros. Pero, si esta decisión equivocada está unida a la decisión acertada de otro, eso ya es otra cosa. Decisión equivocada más decisión acertada puede hacer que cambie nuestro ranking social y alguien nos sobrepase. Resultado: envidia total. La envidia sería, entonces, la expresión social del cabreo con uno mismo por haber tomado la decisión equivocada. Coricelli y Rustichini montan un experimento con voluntarios que deben elegir, en la pantalla del ordenador, entre dos loterías que funcionan simultáneamente. En unos ven como otro jugador elige la otra lotería, la que no ha elegido, y en otros casos juega solo y es el único que elige. Pues bien, entre resultados, cuando el sujeto gana a otro, el jolgorio y la alegría es mayor que cuando gana jugando solo. Además, odian la desigualdad de premios, excepto si son ellos los que ganan más.
Estos autores, Coricelli y Rusticini, sacan una conclusión positiva de la envidia desde el punto de vista evolutivo: la envidia, al fijar tanto nuestra atención en las decisiones acertadas de los demás, nos enseña precisamente a eso, a tomar la decisión adecuada en cada momento. Si, por envidia, nos fijamos en cómo lo ha hecho el que lo ha hecho bien, quizá aprendamos a hacerlo bien en el futuro en una situación semejante.
Hasta ahora, en la envidia entra el reparto de recursos limitados pero deseados por todos, la aversión a la desigualdad si estoy en la parte mala del reparto, cambios en el ranking social, y aprendizaje en la toma de decisiones.
Lo ignoraba, pero he aprendido que hay un término técnico, una palabra en alemán, que, mientras que sentimos envidia cuando otra persona tiene algo que queremos, Schadenfreude nombra el sentimiento de alegría que sentimos por la desgracia ajena. Sobre todo cuando la persona envidiada cae en desgracia. Como ven, son sentimientos contrapuestos, tristeza en la envidia, alegría en la desgracia ajena. Esta oposición ha llevado a Hidehiko Takahashi y sus colegas del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Chiba, en el Japón, a planificar un experimento que permita localizar en el cerebro las zonas que se activan con la envidia y la Schadenfreude. Por cierto, el artículo se titula algo así como “Cuando tu recompensa es mi dolor y tu dolor mi recompensa”.
A 19 voluntarios, de una edad media de 22 años, se les hace creer que son los protagonistas de una especie de guión. Pero, de repente, aparece otra persona mejor preparada y les quita el protagonismo (envidia) y, después, el guión lleva a que esta segunda persona caiga en desgracia y lo pierda todo (Schadenfreude). A la vez, se hace resonancia magnética para conocer las zonas del cerebro que se activan.
Según las imágenes, con la envidia se activa la corteza cingulada anterior, situada en el centro del cerebro hacia la zona frontal y que funciona para tomar decisiones y regular emociones. Con la alegría ante la desgracia ajena, la Schadenfreude, se activa el estriado ventral, en una zona cercana a la corteza cingulada anterior; área antigua del cerebro que actúa ante emociones placenteras y proporciona recompensas.
Según los autores, si queremos vivir en paz debemos tener una buena opinión de nosotros mismos (somos protagonistas). Cuando la información que nos llega no coincide con nuestra autoestima, se activa la corteza cingulada anterior (envidia, algo hay que hacer). Sin embargo, si la información que llaga nos gusta, nuestro cerebro activa el sistema de recompensas para que nos sintamos bien y se activa el estriado ventral (desgracia ajena, alegría, Schadenfreude).
*Cabrales, J. 2010. The causes and economic consequences of envy. SERIEs 1: 371-386.
*Coricelli, G. & A. Rustichini. 2010. Counterfactual thinking and emotions: regret and envy learning. Philosophical Transactions of the Royal Society B 365: 241-247.
*Takahashi, T. y cinco colaboradores. 2009. When your gain is my pain and your pain is my gain: Neural correlates of envy and Schadenfreude. Science 323: 937-939.