La felicidad es uno de los objetivos fundamentales en la vida de auqellos que formamos parte de la especie humana; incluso la Organización Mundial de la Salud cada vez pone más énfasis en la felicidad como uno de los componentes esenciales de la salud. La felicidad depende de multitud de factores, algunos voluntarios y muchos no deseados. Y hay uno de esos factores muy poco estudiado y, seguramente, muy importante o, incluso, esencial: la felicidad de otros y más cuanto más cercanos a nosotros sean esos otros. James Fowler y Nicholas Christakis, de la Universidad de California en San Diego y de la Universidad de Harvard, respectivamente, se han propuesto aclarar como la felicidad pasa de un individuo a otro hasta formar, según la hipótesis de partida, una verdadera (feliz) red social. Para ello, con los datos del Estudio del Corazón de Framingham, Massachusetts, que comenzó en 1948 con el seguimiento de 5209 personas, Fowler y Christakis revisaron los datos de 4739 personas entre 1983 y 2003. Los autores estudiaron las conexiones entre cada uno de los individuos y los demás; la conexión podía ser por amistad, familia, pareja, vecindad y compañero de trabajo. Después de meter los datos al ordenador y dibujar las gráficas que conectan unos individuos con otros, el resultado final fueron 53228 lazos sociales entre todos ellos.
La gráfica revela agrupaciones de personas tanto felices como desgraciadas. La relación entre la gente feliz se extiende hasta el tercer grado, es decir, hasta los amigos de los amigos de los amigos. Aquellas personas que están rodeadas de gente feliz por todas partes, es muy posible que sigan siendo felices en el futuro. Y, muy importante, esas agrupaciones de felices no aparecen porque los que lo son se juntan por afinidad, sino porque la felicidad, dentro del grupo, pasa de una persona a otra como si fuera una infección: por ejemplo, si un amigo que vive a menos de kilómetro y medio se vuelve feliz, es muy probable (hasta un 25%) que usted también se convierta. El mismo efecto producen las esposas felices, los hijos felices que viven a menos de un kilómetro y medio, y el vecino feliz de la puerta de al lado. Por el contrario, los compañeros de trabajo felices no producen el mismo efecto; por lo menos en Framingham, los compañeros de trabajo no hacen felices a sus compañeros de trabajo. Por otra parte, el efecto de contagio de la felicidad disminuye con el tiempo y la distancia.
Pero, no sólo nuestra felicidad puede depender de otros, también ocurre con nuestra desgracia. El mismo equipo de Fowler y Christakis, junto con John Cacioppo, de la Universidad de Chicago, estudiaron la extensión y la dispersión de la soledad en el mismo estudio y con los mismos sujetos de Framingham que intervinieron en el trabajo anterior. Curiosamente los resultados son muy parecidos: los solitarios se agrupan, el contagio llega al tercer grado y está sobrerrepresentado en la periferia del grupo, lo que parece lógico (¿puede ser que se nos aparezcan como solitarios aquellos que pertenecen a una agrupación distinta pero adyacente?). El contagio de la soledad es, desgraciadamente, más fuerte que el contagio de las relaciones sociales; además, el contagio es mayor entre amigos que entre los miembros de una familia y también es más fuerte para las mujeres que para los hombres.
*Cacioppo, J.T., J.H. Fowler & N.A. Christakis. 2009. Alone in the crowd: The structure and spread of loneliness in a large social network. Journal of Personality and Social Psychology, en prensa.
*Fowler, J.H. & N.A. Christakis. 2008. Dynamic spread of happiness in a large social network: longitudinal analysis over 20 uears in the Framingham Heart Study. British Medical Journal 337: doi:10.1136/bmj.a 2328.