Se han concedido hoy los Premios Nobel de Medicina de 2009. Estupendo. Pero ya se pueden figurar ustedes, mis amables lectores, que, después de felicitar efusivamente a los ganadores, a mí lo que me interesa es que también se han concedido, en la noble sede de la Universidad de Harvard, los Ig Nobel igualmente correspondientes al año en curso. Trataremos de ellos de vez en cuando, pero aquí va el primero. Me ha interesado profundamente ya que es el trabajo de toda la vida de un solo investigador. Se llama Donald Unger, es de Thousand Oaks, en California, y calculo que, cuando escribió el artículo, en 1998, tendría unos 70 años. Se basó en un artículo anterior, nada menos que de 1975, que parece lo único publicado sobre asunto tan importante (y denteroso) como es el crujir de los nudillos de los dedos de las manos.
El artículo de 1973 está firmado por Robert y Stuart Swezey, de la Universidad del Sur de California en Los Angeles, y trata del estudio, en 28 pacientes de un asilo judío de Los Angeles, de la frecuencia de crujir los dedos con la aparición de enfermedades en las articulaciones, sobre todo de artritis. No encuentran ninguna relación; es más, Robert Swezey, en un comentario al artículo de Unger, asegura que su coautor, Stuart Swezey, tenía 12 años en 1975, y que lleva, por tanto, 22 años crujiendo los dedos y, al parecer, sin ninguna consecuencia.
Sin embargo, Donald Unger, que desde niño crujía sus dedos a modo, estaba harto de que su madre, varios y tíos y, el no va más, hasta su suegra, le aseguraban que era una costumbre peligrosa que le llevaría a padecer algún tipo de enfermedad, seguramente artritis, en su vejez. Unger decidió entonces hacer un experimento consigo mismo: durante los siguientes 50 años sólo se crujió los dedos de su mano izquierda por lo menos dos veces al día, y utilizó su mano derecha como control, o sea, que aguantó 50 años sin crujirse los dedos de la mano derecha. Nuestro autor calculó que se había crujido los dedos de la mano izquierda unas 36500 veces. Como conclusión, y supongo que después de una atenta observación de sus manos, tanto la derecha no crujida como la izquierda crujiente, fue de que no padecía artritis en ninguna de las dos y que, además, no se diferenciaban en nada, excepto que una era la mano derecha y la otra la mano izquierda (en un paréntesis: según Swezey en su comentario a este artículo, el 31% de los médicos de atención primaria no distinguen su mano derecha de la mano izquierda; no dice cuál es la fuente de este dato, a mí me encantaría leer ese artículo). El autor termina el artículo asegurando que este resultado le lleva a proponer que se deben investigar otras afirmaciones, que supone gratuitas, y que se dan en muchas familias. Pone como ejemplo, y quizá como propuesta de una nueva línea de investigación, el comer espinacas. Quizá no le gusten, y si lleva 70 años comiéndolas…
*Swezey, R.L. & S.E. Swezey. 1975. The consequences of habitual knuckle cracking. West Journal of Medicine 122: 377-379.
*Unger, D.L. 1998. Does knuckle cracking lead to arthritis of the fingers? Arthritis and Rheumatism 41: 949-950.