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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Sordo

Cada especie y, en el fondo, vive en el mundo que puede percibir. Los datos del exterior son incomprensibles si no existe alguna manera de traducirlos al “lenguaje” de nuestro sistema nervioso. Esta labor la hacen los sentidos y, en último término, las células sensoriales que, por una parte reciben el mensaje del entorno y, por otra, lo transmiten al sistema nervioso para que este lo entienda y planee y ponga en marcha la respuesta adecuada. Pero no todas las especies, e individuos, hacen igual la traducción: los murciélagos escuchan su radar que nosotros no podemos detectar; las ranas o los saltamontes sólo ven lo que se mueve y, además, es de pequeño tamaño, es decir, sus presas; nuestra especie detecta, por el dolor, la proteína capsaicina que es la causante del picor de guindillas y chiles, pero las aves no lo detectan pues en sus células del dolor no tienen el receptor de esta proteína. Y así podría seguir con multitud de ejemplos. Adolfo Bioy Casares, el escritor argentino lo describió con maestría:

“…Como en una criptografía, en las diferencias de los movimientos atómicos el hombre interpreta: ahí el sabor de una gota de agua de mar, ahí el viento en las oscuras casuarinas, ahí una aspereza en el metal pulido, ahí la fragancia del trébol en la hecatombe del verano, aquí tu rostro. Si hubiera un cambio en los movimientos de los átomos ese lirio sería quizá, el golpe de agua que derrumba la represa, o una manada de jirafas, o la gloria del atardecer. Un cambio en el ajuste de mis sentidos haría quizá, de los cuatro muros de esta celda la sombra del manzano del primer huerto.”

“¿Cómo sabes que el pájaro que cruza el aire
no es un inmenso mundo de voluptuosidad,
vedado a tus cinco sentidos?”
William Blake

“…Admitimos el mundo como lo revelan nuestros sentidos… Hay colores ultravioletas, que no percibimos. Hay silbatos que oyen los perros, inaudibles para el hombre. Si los perros hablaran, su idioma sería tal vez pobre en indicaciones visuales, pero tendría términos para denotar matices de olores, que ignoramos…”
“…William James afirma que el mundo se nos presenta como un indeterminado flujo, una especie de corriente compacta, una vasta inundación donde no hay personas ni objetos, sino confusamente, olores, colores, sonidos, contactos, dolores, temperaturas… La esencia de la actividad mental consiste en cortar y separar aquello que es un todo continuo, y agruparlo, utilitariamente, en objetos, personas, animales, vegetales…”

Entre los sentidos que nos permiten comprender el mundo que nos rodea está el oído. Nosotros oímos por las estructuras, finísimas, complicadas y exactamente equilibradas que se encuentran en nuestro oído interno, junto al órgano del equilibrio. Allí se encuentran las células del oído interno que son las que traducen los sonidos a “lenguaje” del sistema nervioso y, por medio de neuronas, transmiten la información al cerebro. Sin embargo, nuestro oído y el de otros mamíferos, tienen una característica especial: tienen neuronas que llevan mensajes desde el cerebro hasta estas células sensoriales, es decir, en sentido contrario al habitual. ¿Qué labor imponen estas neuronas en las células del oído interno? A esta pregunta intentan responder Julian Taranda y su grupo, del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular de Buenos Aires, trabajando con ratones. La primera respuesta nos dice que esas neuronas inhiben la función de las células sensoriales o, lo que es lo mismo, nos dejan un poco sordos. La molécula, llamada neurotransmisor, que utilizan estas neuronas para contactar con las células del oído interno es la acetilcolina; por tanto, las células del oído interno deben tener un receptor de la acetilcolina para poder recibir el mensaje.

Taranda y su grupo, por ingeniería genética, crean un ratón knockout (llamado así por estar modificado genéticamente) en el que aumenta la recepción de acetilcolina y, por ello, el efecto de estas neuronas que vienen del cerebro y, así, la sordera es mayor. Lo que conseguimos es que las células sensoriales aumenten el nivel de ruido a partir del cual comienzan a funcionar, es decir, para oir debe, si se puede decir así, aumentar el volumen. Además, las células se vuelven más lentas, más vagas, en su transmisión del mensaje al sistema nervioso. Los ratones de este tipo sufren menos sordera permanente si se les somete a ruidos muy fuertes.

En resumen, si nos encontramos sometidos a un ruido fuerte duradero, nuestro cerebro ordena a las células de oído interno que funcionen más lento y que suban el volumen a partir del cual oyen y, de esta forma, evitan las sorderas permanentes. Seguramente, al volver a una situación normal, también vuelven las células a un funcionamiento normal. Quizá esto explica por qué, cuando salimos de un concierto de rock o de una discoteca, hablamos a gritos: nuestras células esperan “bacalao” y sólo les llega la suave y sencilla voz humana. Pero el oído, hecho al ruido fuerte por orden del cerebro, simplemente, no la oye a un nivel normal; hay que gritar para que te escuchen. Lo que no explica es por qué los españoles, estemos en el país del mundo en que estemos, siempre somos los que hablamos a gritos.

*Taranda, J., S.F. Maison, J.A. Ballestero, E. Katz, J. Savino, D.E. Vetter, J. Boulter, M.C. Liberman, P.A. Fuchs & A.B. Elgoyhen. 2009. A point mutation in the hair cell nicotinic cholinergic receptor prolongs cochlear inhibition and enhances noise protection. PloS Biology 7: e1000018.

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Por Eduardo Angulo

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