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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Crisis

Llegan malas noticias de Haití. Un terremoto por encima de los 7 grados en la escala de Richter, uno de los países más pobres del mundo, miles, decenas de miles de muertos y desaparecidos, un estado casi inexistente que no puede prestar ayuda a los damnificados, ¿qué podemos hacer? ¿cómo podemos ayudar? ¿cómo decidimos que queremos ayudar? ¿y cuánto ayudamos? Cada año, millones de vidas humanas se pierden en accidentes y fenómenos naturales, conflictos bélicos y desastres de todo tipo. Pero nuestra reacción ante estos sucesos trágicos, incluyendo nuestra voluntad de ayudar o la exigencia de que lo haga, en nuestro nombre, nuestro gobierno, ¿de qué depende? Esto mismo se preguntaron Christopher Olivola y Namika Sagara, de las universidades de Londres y de Oregon en Eugene. Para ello utilizaron bases de datos sobre desastres como la existente en el Centro de Investigación de la Epidemiología de los Desastres de la Universidad de Lieja; la atención de los medios a estos desastres, elaborada a partir del Google News Archive; o preguntando a 157 adultos en el hall de entrada de un centro comercial de Oregon. A estos últimos se les manipulan los datos de los desastres para que ver cómo esos cambios influyen en su respuesta. Además, estos cuestionarios se repiten en Japón, India e Indonesia.

Nuestra respuesta de ayuda a una crisis humanitaria depende del número de muertos que provoca esa crisis, dicho con claridad y sin discusión. Un desastre que provoca un millón de víctimas desata una respuesta mayor que otro desastre que “sólo” provoca miles de víctimas. Además, nuestra sensibilidad va disminuyendo según aumenta el número de víctimas; algo así como, por ejemplo, que las segundas cien mil víctimas nos causan menos impresión que las primeras cien mil víctimas. Quizá es una respuesta psicológica defensiva ante la dura experiencia que supone conocer (o vivir) un desastre con muchas víctimas.
Según Olivola y Sagara, nuestra motivación se basa en nuestra memoria. No existe un valor absoluto de la vida humana sino que es relativo en función de nuestros recuerdos. Cuando conocemos una catástrofe, buscamos en nuestra base de datos de catástrofes, en nuestra memoria, la comparamos, sobre todo con las últimas que hemos conocido y recordamos mejor, y entonces decidimos nuestra solidaridad y ayuda. Por eso, nuestra reacción depende de nuestra historia, de nuestra experiencia y, en consecuencia, la reacción humanitaria es mayor en Estados Unidos
y Japón que en la India e Indonesia al ser estos últimos países más sacudidos por desastres y, por ello, menos sensibles ante el número de víctimas. En resumen, en nuestra reacción influye nuestra historia personal y, además, nuestro entorno por ser parte de nuestra experiencia.
Además, los desastres de pocas víctimas son muchos mientras que los desastres con muchas víctimas son pocos y, es evidente, destacan más en nuestra memoria. Pero esta respuesta es maleable, basada como he dicho en la memoria, puede ser maleable. Por ejemplo, provocan la ayuda las noticias que hablan de vidas perdidas y no así las que nos cuentan las vidas salvadas. Esta maleabilidad de la respuesta es una de las líneas de investigación futura que más interesan a Olivola y Sagara pues suponen que ayudará a promover campañas de solidaridad con más respuesta y eficacia.
*Olivola, C.Y. & N. Sagara. 2009. Distributions of observed death tolls govern sensitivity to human fatalities. Proceedings of the National Academy of Sciences USA 106: 22151-22156.

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Por Eduardo Angulo

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