No es habitual que en este blog aparezcan textos publicados en otros medios, pero en este caso me parece imprescindible que lean el artículo sobre factores de riesgo que la revista CONSUMER EROSKI publica en su número de febrero. Los factores de riesgo de varias enfermedades y, más en general, los estudios basados en la estadística que relacionan hechos pero que, en absoluto, demuestran ser causa y efecto, son muy habituales y, a menudo, confusos para el lector. Y, si alguien quiere entender mejor lo que significan los factores de riesgo de enfermedades, que vea GATTACA (Dir.: Andrew Niccol, 1997), estupenda película con buenas interpretaciones de Uma Thurman, Ethan Hawke y Jude Law.
Aunque en auge, hay que tener en cuenta que su presencia o ausencia no asegura ni excluye ninguna enfermedad
Durante la década de los años 50 las compañías de seguros estadounidenses empezaron a elaborar estadísticas basándose en sus pólizas de seguros y observaron que las personas obesas e hipertensas tenían más problemas cardiovasculares y morían antes. Se empezó así a perfilar el concepto moderno de “factor de riesgo”, que se desarrollaría con posterioridad a través de estudios epidemiológicos y comunitarios como el informe FRAMINGHAN, que ha identificado múltiples situaciones de riesgo para las enfermedades cardiovasculares. Desde entonces, la investigación se ha desarrollado de forma ininterrumpida y ya se conocen cientos de ellos para diversas enfermedades, en especial para las crónico-degenerativas.
Se define como factor de riesgo a toda circunstancia o característica, bien sea congénita, hereditaria, derivada de una exposición medioambiental o de los hábitos de vida, que se asocia, por medio de un estudio estadístico, a la aparición de una enfermedad. Una alimentación inadecuada, la edad, el sexo o el sobrepeso son algunos de ellos. Se trata, por tanto, de un elemento que implica cierto grado de riesgo o de peligro que aumenta las probabilidades de contraer una enfermedad. En todo caso, su fundamento se limita al ámbito estadístico y, en la mayoría de los casos, no implica relación de causalidad.
De hecho, las últimas evidencias disponibles señalan que el valor predictivo de los factores de riesgo es más bien escaso y que las tablas de cálculo del riesgo individual tienen un poder de predicción clínicamente irrelevante. Un seguimiento de diez años sobre individuos etiquetados de alto riesgo por ser simultáneamente fumadores, hipertensos e hipercolesterolémicos evidenció que el 87% no tuvo ningún infarto de miorcardio. Si bien es cierto que en este grupo la tasa de infartos fue mayor que entre los que no fumaban, eran normotensos y no tenían alto el colesterol, las probabilidades de padecer un problema coronario calculadas para el grupo de alto riesgo no se cumplieron. Un estudio sobre personas diabéticas y la estimación de su riesgo coronario realizado en Cataluña dio resultados semejantes.
Su identificación ha servido para asentar la prevención en su sentido más actual: si se elimina el factor de riesgo, las probabilidades de contraer la enfermedad desaparecen o disminuyen. Se inició, así, la costumbre de los chequeos, destinados a identificar a los portadores de determinados factores. Más tarde se incluyó en la medicina preventiva el diagnóstico precoz basado en pruebas y en exploraciones, conocido como “cascada diagnóstica”, a veces compleja y no exenta de riesgo que, además de un enorme coste, requiere importantes recursos de profesionales.
Pero los expertos avisan de que hay que ser muy prudentes: someter a ciudadanos sanos a todo tipo de exámenes preventivos sobre factores de riesgos puede ocasionar un sobrediagnóstico. Este problema se manifiesta en el diagnóstico de procesos que no van a tener repercusión en la salud del paciente; que no pueden ser tratados, o que originan tratamientos en ocasiones poco justificados que también tienen sus efectos secundarios. Estas consecuencias indeseadas empiezan a preocupar a muchos profesionales de la salud. Y máxime cuando se desconoce lo más importante: la historia natural de la enfermedad.
Tanto es así que se ha creado y desarrollado el concepto de “Prevención Cuaternaria”. Con ella se pretende que la actividad sanitaria no sea un agente pernicioso cuando, en nombre de la prevención o curación, se establecen diagnósticos o terapias innecesarias o imprudentes que terminan causando daño. Se la puede considerar como un capítulo dentro de los programas de seguridad del paciente. De la misma manera, el mero hecho de que a alguien le identifiquen algún factor de riesgo puede hacer que una persona sana pase a estar preocupada por el propio factor de riesgo o por la probabilidad de caer enfermo, y generar, incluso, algún tipo de neurosis.
Por ello es conveniente aclarar algunos conceptos: