Para que la memoria funcione, por ejemplo, en el aprendizaje de palabras es importante tanto el entorno como la exploración. Así pasa con bebés tal como nos muestran Lynn Perry y su grupo, de la Universidad de Wisconsin en Madison.
Trabajan con 72 niños, la mitad niñas, con una edad media de 16 meses y medio y con rango que va de 15 meses y medio a 17 meses y medio. De los niños sabemos, a través de sus padres, si en casa comen sentados a la mesa o en una trona con su propia bandeja, y de su comportamiento con la comida, es decir, si meten la mano en ella, si hacen lo mismo con el dedo, la llevan a la boca, la examinan, la tiran, se ensucian, etcétera, vamos, lo que hacen muchos bebés con la comida si les dejan.
Los investigadores les ofrecen para que examinen, jueguen y coman, purés, mermelada, gelatinas, jugos y platos parecidos. A cada alimento los autores les asignan un nombre inventado corto y sencillo y, se supone, fácil de aprender por los niños, como kiv, lis o das. Los niños lo examinan y lo comen durante un minuto. Pasado otro minuto, se lo vuelven a ofrecer con otro aspecto y en un envase diferente. Los niños lo manosean, examinan y prueban, y los investigadores hablan con ellos para detectar si han aprendido su nombre.
Pues bien, los niños que habitualmente comen en la trona y, además, lo ensucian todo alrededor y, también, a si mismos, tocan la comida, la revuelven, se untan con ella y, a menudo, la tiran, pero, además, son los que mejor recuerdan los nombres de los alimentos. Parece que con estos juegos examinan el alimento a fondo y conocen su sabor, olor y textura, y aprenden mejor los nombres. El niño, está claro, no ensucia, más bien explora el entorno y lo que contiene. Ya ven, lo mejor para el desarrollo de su memoria es subirlo a la trona y darle de comer y, después, limpiar.
*Perry, L., L.K. Samuelson & J.B. Burdinie. 2013. Highchair philosophers: the impact of seating context-dependent exploration on children’s naming biases. Developmental Science DOI:10.1111/desc.12147