La ciencia ciudadana cambiará la práctica científica tal como la conocemos ahora. Supone que cualquier ciudadano y los científicos trabajen en conjunto, intercambien datos y creen ciencia significativa. Es investigación científica hecha por una suma de colaboradores, unos científicos y otros ciudadanos. Una definición aceptada dice, con términos más académicos, que es “la recopilación y análisis sistemático de datos, el desarrollo de tecnologías, los ensayos de fenómenos naturales y la difusión de estas actividades por los científicos, todo ello sobre una base sobre todo vocacional”. En la ciencia ciudadana participa “un científico ciudadano, es decir, un voluntario que recoge y procesa datos como parte de un proyecto científico”. Como ejemplo de todo esto nos va a servir un artículo publicado hace unos meses en Investigación y Ciencia.
Nos lo cuenta Hillary Rosner, periodista especializada en ciencia, y trata de eBird, un proyecto de ciencia ciudadana que comenzó hace 10 años y que supervisa Steve Kelling, de la Universidad Cornell de Ithaca, en Estados Unidos. En España, algo parecido se hace a través de la Sociedad Española de Ornitología y solo hay que visitar su página web (www.seo.es/cuaderno-de-campo/cuaderno-de-aves) y, si les interesa, participar. En mi última visita, a mediados de agosto, recopilaba 566932 observaciones introducidas por 3064 usuarios para 468 especies de aves.
Volviendo a eBird, para que nos hagamos una idea, Hillary Rosner cuenta que durante un mes acceden unos 11000 usuarios y depositan alrededor de 3 millones de datos. En la actualidad, eBird almacena más de 110 millones de datos proporcionados por unos 90000 usuarios.
Esta es la fase de recogida de datos de muchos de los proyectos de ciencia ciudadana. Después viene el tratamiento de esos datos y la obtención de resultados. Por ejemplo, con eBird y en Estados Unidos, se elaboran mapas de distribución de aves y se puede ver cómo varían con el tiempo. Revelan especies en peligro de extinción, variaciones en las migraciones o, incluso, migraciones temporales hasta ahora desconocidas.
La ciencia ciudadana, según Hillary Rosner, resuelve ante todo un problema de magnitud. Los científicos no llegan a todas partes pero los ciudadanos pueden intentarlo y, al recopilar datos e incluirlos en una única base de datos, ayudan a los científicos a identificar procesos y lugares que necesitan más investigación. A veces, como ocurre con las aves, la información fluye de los ciudadanos voluntarios a los científicos organizadores pero, en otras, son los propios ciudadanos los que se organizan y consiguen y pasan los datos a los científicos. En Louisiana es una organización ecologista la que proporciona a sus miembros unos recipientes cerrados que permiten recoger muestras de aire en los alrededores de varias refinerías que provocan contaminación atmosférica. Los recipientes con las muestras se envían a científicos que analizan las muestras y dibujan mapas de contaminación. En Londres, otra organización de ciudadanos, dirigida por el Colegio Universitario de Londres, ha grabado más de 1100 tomas sonoras que permiten estudiar y demostrar la contaminación acústica que provoca un desguace cercano.
Además, y quizá lo más importante de la ciencia ciudadano, Rosner afirma que acerca la ciencia a los ciudadanos. Provoca un interés por la ciencia y aumenta la cultura científica de los ciudadanos. Enseña cómo funciona la ciencia, qué hay y qué se hace en los laboratorios, cómo trabajan los científicos y, en definitiva, difunde el método científico.
Después de que un proyecto científico, eBird, nos ha servido para conocer cómo funciona la ciencia ciudadana, vamos a repasar brevemente otros ejemplos que nos van a demostrar la variedad de proyectos implicados y que, en realidad, toda persona interesada puede participar en alguno de ellos. Empezaremos con el trabajo que Ben Holt y sus colegas, de la Universidad de Copenhague, hicieron sobre la fauna de peces de las islas Turks y Caicos, en el Caribe.
Trabajaron con 144 buceadores aficionados voluntarios, divididos en 12 equipos de 12 buceadores cada uno, que visitaron tres lugares muy concretos y bien localizados en la costa de la isla Caicos del Sur. El objetivo era hacer un catálogo de las especies de peces de la zona. Con base en estudios anteriores, se eligen 130 especies y se enseña a los buceadores a clasificarlas. Después, todos los buceadores, por parejas, visitan dos veces cada uno de los tres puntos de muestreo y apuntan los peces que ven.
Con los estudios tradicionales, el número de especies que se habían detectado en aquellas tres zonas era de 109. Los buceadores participantes en el proyecto encuentran y catalogan 137 especies, es decir, más que los científicos profesionales. Como ven, en la ciencia ciudadana participan más y ahorran tiempo y dedicación a los científicos profesionales. Y los resultados obtenidos son, por lo menos, igual de buenos.
El segundo trabajo que vamos a comentar trata de especies en peligro y de la legislación que las protege en Estados Unidos, y lo han publicado Berry Brosi y Eric Biber, de las universidades Emory de Atlanta y de California en Berkeley respectivamente. En Estados Unidos, la ley que protege las especies en peligro (ESA, Endangered Species Act) incluye una lista de especies cuya protección gestiona el Servicio de Pesca y Fauna Salvaje (FWS, Fish and Wildlife Service). Las especies entran en la lista como amenazadas a propuesta del FWS, o sea, del gobierno, o de organizaciones civiles y grupos de ciudadanos. Si la propuesta ciudadana es rechazada, la decisión final viene de un comité externo. Esta ley ha recibido numerosos ataques afirmando que la posibilidad que da a los ciudadanos de presentar propuestas es una pérdida de tiempo y, además, consigue que se presenten propuestas poco fundamentadas y, quizá, con intenciones políticas.
Brosi y Biber han revisado el proceso de inclusión en la lista de 913 especies y las han puntuado según el peligro que corren, su importancia taxonómica y, en último término, si su inclusión entró en algún tipo de conflicto político o económico.
Los resultados demuestran, de nuevo, que la ciencia ciudadana funciona bien. Las especies propuestas por ciudadanos están en mayor peligro de extinción y no entran en conflicto con asuntos económicos o políticos. En general, las propuestas del gobierno se refieren a especies grandes y conocidas como, por ejemplo, lobo, oso, coyote y fauna similar. En cambio, los ciudadanos conocen muy bien su entorno más inmediato, llevan muchos años estudiándolo y, por ello, sus propuestas se refieren a especies menos conocidas, de menor tamaño, no tan emblemáticas y, en muchos casos, a invertebrados. Es decir, como ocurre a menudo en la ciencia ciudadana, cubren aspectos a los que no llegan suficientemente los profesionales.
Y, pata terminar, un ejemplo de ciencia ciudadana basada en la informática, en la red y en la gran cantidad de ordenadores que hay en nuestra sociedad. Es uno de los métodos de ciencia ciudadana más antiguos y solo hay que recordar el SETI que hace décadas que comenzó. El trabajo que vamos a comentar fue publicado por Linda See y sus colegas, del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados de Laxenberg, en Austria, y trata del estudio, a nivel mundial, del uso del suelo y del impacto humano sobre el suelo. El proyecto se llama Geo-Wiki. Los datos se obtienen de Google Earth, con intercambio de mapas que son pixels de 1 kilómetro de lado y en los que los voluntarios tienen que calcular el porcentaje de uso humano y el uso del suelo según 10 parámetros: árboles, arbustos, prados, cultivos, cultivos y vegetación natural, marismas, urbano, nieve y hielo, desierto y agua.
Para conocer la validez de los datos calculados por los ciudadanos que participan el proyecto, los autores ponen en marcha una especie de competición. Dan una lista de 53000 pixels para evaluar en 20 días por 60 voluntarios, y entre los pixels hay 7657 evaluados por profesionales y que sirven para control y comparación.
Los resultados de la competición demuestran que ciudadanos y profesionales calculan por igual el impacto humano sobre el uso del suelo. En cuanto al uso del suelo según los 10 parámetros mencionados, el acierto de los aficionados respecto a los profesionales se mueve entre el 66% y el 76%. Los autores consideran que, con una poca mayor preparación de los ciudadanos, los resultados se igualarían.
Ya ven, anímense y promuevan ciencia ciudadana en su entorno. Es útil, entretenido y acerca la ciencia a los ciudadanos.
*Brosi, B.J. & E.G.N. Biber. 2013. Citizen involvement in the U.S. Endangered Species Act. Science 337: 802-803.
*Holt, B.G. y 4 colaboradores. 2013. Comparing diversity data collected using a protocol designed for volunteers with results from a professional alternative. Methods in Ecology and Evolution doi:10.1111/2041-210X.12031
*Rosner, H. 2013. Ornitología participativa. Investigación y Ciencia junio: 10-13.
*See, L. y 9 colaboradores. 2013. Comparing the quality of crowdsourced data contributed by expert and non-experts. PLOS ONE 8: e69958