A menudo no es fácil reconstruir la historia vital de una especie. Saber qué le ha ocurrido desde el nacimiento hasta la muerte, qué ciclos vitales ha seguido y en qué tiempos que pueden ir de segundos a siglos, qué daños ha sufrido, qué tóxicos han cambiado su existencia, en fin, qué vida ha llevado, saber todo esto y más es difícil y laborioso. Ayudan las estructuras que duran toda la existencia del individuo, como los huesos, las conchas de los moluscos o los troncos de los árboles que, de esta manera, se convierten en testigos de una vida. O, como nos cuentan Stephen Trumble y sus colegas, de la Universidad Baylor de Waco, en Texas, la cera de los oídos de las ballenas azules (Balaenoptera musculus).
Como todos los mamíferos, esta ballena también sintetiza cera en el conducto externo del oído para protegerlo de la posible entrada de sustancias extrañas. En nuestra especie también ocurre, como es sabido, y esa cera ya se ha utilizado para detectar los contaminantes de nuestro entorno. Algo así han hecho Stephen Trumble y su grupo con la cera del oído de la ballena aunque con una diferencia importante: la cera de esta especie no se expulsa, se mantiene en el conducto desde el nacimiento hasta la muerte y su tamaño crece con el trascurso del tiempo hasta formar un enorme tapón. Por tanto, el análisis por capas de esta cera nos dará una imagen de lo que le ha ocurrido a la ballena durante su vida.
El tapón de cera que estudia Trumble procede de un macho de ballena azul que murió en 2007 al chocar con un barco cerca de Santa Barbara, en California. La ballena medía 21.2 metros de longitud y el tapón de cera del conducto de su oído 25.4 centímetros. Trumble, que asignó a la ballena una edad de unos doce años y medio, cortó el tapón de cera en 24 secciones. En esos cortes, analizó hormonas como el cortisol para el estrés, la testosterona para el crecimiento y la madurez sexual, varios contaminantes orgánicos y mercurio.
El cortisol, hormona que marca el estrés, es mínimo a los 6-12 meses de edad y máximo después de los 10 años, con cifras seis veces mayores que las iniciales. Las concentraciones de testosterona sugieren que la madurez sexual se alcanza entre los 9 y los 10 años, con cifras muy altas que van desde los 230 picogramos (billonésima parte de un gramo) por gramo hasta los 93000 picogramos por gramo en la madurez.
También analizan la presencia de 42 contaminantes orgánicos, con 20 pesticidas y 22 PCBs y compuestos cercanos. De todos ellos, 16 aparecen en concentraciones muy bajas pero el resto están presentes toda la vida de la ballena e, incluso, hay algunos que aparecen a tan baja edad que demuestran su trasferencia de la madre al ballenato al nacer. Como ejemplo nos puede servir la presencia de DDT en concentraciones relativamente altas desde una edad muy temprana a pesar de que la ballena a crecido en un entorno en que el DDT está prohibido hace muchos años.
Y el mercurio también se encuentra en el tapón de cera desde el nacimiento, con una media de 14 nanogramos (milmillonésima parte del gramo) por gramo y un máximo de 20.8 microgramos (millonésima parte del gramo) por gramo, y con dos picos a lo largo de la vida, a los 5-6 años y a los 10-11 años.
Ya ven, como demuestran Trumble y sus colegas, la cera de los oídos de las ballenas nos sirve para reconstruir el perfil químico de su vida y nos desvela los cambios en el estrés que ha sufrido, cuando alcanza la madurez sexual y la presencia de contaminantes en su entorno.
*Trumble, S.J. y 4 colaboradores. 2013. Blue whale earplug reveals lifetime contaminant exposure and hormone profiles. Proceedings of the National Academy of Sciences USA doi: 10.1073/pnas.1311418110