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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Babosas malditas

 

Dedicado a Oscar Terol, que se metía con mis limacos y no se imaginaba lo vengativos que son.

 

Hace muchos, pero muchos años, llegó a mis manos una historia sorprendente que me demostró algo que ya sospechaba: hay bichos para todo. Por entonces estaba yo inmerso en mi tesis doctoral, que trataba del estudio microscópico del riñón de las babosas (o limacos para los que vivimos por aquí). Desde Suiza y de manos de un sabio malacólogo (estudioso de los moluscos) de aquel país, Lothar Forcart, del Museo de Historia Natural de Basilea, me llegó el impactante relato de un turco y una babosa. Este es el resumen de aquella asombrosa historia.

En 1949, un turco, cuyo nombre permanece en el anonimato, ingresó en un Hospital de Ankara, Turquía, con una fuerte gastritis que, en un momento dado y ya ingresado, le provocó un liberador vómito. Y en el vómito apareció una babosa viva y todo lo feliz que puede ser un bicho como este agitado por tanta sacudida. El animal lo conservó en alcohol el profesor A. Neuzat Tüzdul, de la Facultad de Veterinaria de Ankara. Como no era un experto en moluscos, envió el ejemplar al Lothar Forcart, en Suiza. El Dr. Forcart clasificó al animal como Limax flavus, babosa no muy abundante pero tampoco rara en los campos de Europa.

Forcart analizó, con la colaboración del profesor S. Scheidegger, del Instituto de Anatomía Patológica de la Universidad de Baale, el contenido del estómago de la babosa (no del turco, al que supongo aliviado, que recibió pronto el alta y reanudó su vida normal; quizá el resto del vómito quedó depositado en Ankara por lo que, definitivamente, ambos desaparecen de nuestra historia). Scheidegger y Forcart encontraron en el estómago los típicos restos vegetales, habituales en la dieta de una babosa, aunque de alguna manera se puede decir que serían vegetales compartidos con el turco. Pero, además, hallaron células epiteliales de origen animal que provenían de la pared del estómago del turco que, por lo visto al microscopio, compartía con su babosa algo más que la verdura, la fruta y las ensaladas: literalmente compartía su propio estómago, aunque supongo que involuntariamente. No es de extrañar que sufriera de gastritis.

Se supone que la babosa llegó al estómago del turco camuflada en alguna sabrosa ensalada, seguro que de lechuga, que encanta a estos animales. Cómo aguantaba la extrema acidez del estómago humano, no se sabe; quizá por la abundante secreción mucosa típica del tegumento de los moluscos.

Aquella historia me asombró, aunque no pasó mucho tiempo sin que averiguara que el Lothar Forcart no era un novato en estos asuntos. Buscando bibliografía sobre la estrecha relación entre las babosas y la especie humana, pronto encontré otra referencia publicada por Forcart casi 20 años antes. El sugerente título de este nuevo trabajo, publicado en francés y traducido a nuestro idioma, dice: “Sobre la presencia de huevos de babosa en la leche vomitada por un bebé”. No entraré en más detalles sobre este tema de investigación de Lothar Forcart. Ahora nos vamos a Sydney, en Australia, para conocer las novedades más actuales de las varias veces citada relación entre humanos y babosas.

En 2001, un joven ingresó en el Hospital San Jorge de Sydney, nos cuentan Sanjaya Senanayake y sus colegas, del Hospital Príncipe de Gales de Randwick, en Australia. Dolores de cabeza, náuseas, vómitos y rigidez en el cuello eran los síntomas. Doce días después, tras muchos análisis y pruebas, el joven se encontraba mejor y fue dado de alta con un diagnóstico de meningitis curada. Pero cinco días más tarde volvió a ingresar con los mismos síntomas y, además, adormecido e irritable. Más pruebas, algunas repetidas, y, entre ellas, dio seropositivo a Angiostrongylus cantonensis, un nematodo parásito que invade el cerebro y provoca un tipo de meningitis llamada asgiostrongyliasis. El muy conocido Anisakis del pescado fresco también es un nematodo parásito.

Esta especie, como tantos otros parásitos, tiene un complicado ciclo vital en el que debe pasar por varios huéspedes. En inglés recibe el nombre de “rat lungworm”, o sea, “gusano del pulmón de rata”, ya que, como nos explica Robert Cowie, de la Universidad de Hawai en Honolulu, es en el pulmón de rata, por el sistema circulatorio, donde llegan los huevos y eclosionan en larvas que se mueven hacia la tráquea, llegan al tubo digestivo y acaban siendo expulsadas en las heces. Caracoles y babosas comen las heces, larvas incluidas, que maduran en los moluscos y vuelven a las ratas, a completar el ciclo, cuando estas se comen a aquellos, es decir, las ratas se comen a caracoles y babosas vivos.

Y, ¿cómo es que llegan estos parásitos al cerebro humano? Pues, parece evidente, cuando alguien se come un caracol o una babosa infestados y vivos o mal cocinados. En nuestra especie, los huevos no van al pulmón, como ocurre en las ratas, sino al cerebro donde eclosionan los huevos y allí se quedan las larvas puesto que no hay salida al exterior. Cuando el nematodo nos invade, se equivoca y el ciclo vital no se completa. Un fallo, seguro, pero de la meningitis no nos libra nadie. Por cierto, nuestro joven de Sydney acabó admitiendo que unas cinco semanas antes de ingresar en el hospital, se había comido dos babosas vivas en un jardín de la ciudad. Y todo por una apuesta con sus amigos. Hay que recordar que, igual que pasa con el Anisakis del pescado, si está bien cocinado, el parásito muere y no hay peligro de infección.

Parecerá asombroso, o quizá imprevisto, pero la bibliografía está llena de citas sobre personas infestadas con angiostrongyliasis que han confesado que semanas antes, por desafío o por apuesta, habían comido algún caracol o babosa vivo. Algunas presentan la eximente, o agravante según se mire, de haberlo hecho estando borrachos. De todas formas, no hay que olvidar que se puede ingerir el molusco vivo inadvertidamente, por ejemplo, en una ensalada. Es una enfermedad más extendida en Asia porque en alguna de las cocinas del sur y este de Asia, los moluscos vivos son una delicatessen.

Angiostrongylus es típico del sur y este de Asia, de las islas del Pacífico, Australia, algunos países de América como Ecuador, Brasil o Estados Unidos y el caribe, el centro y sur de África y Egipto, y recientemente se ha encontrado en las islas Canarias. Los resultados de Canarias, publicados por Pilar Foronda y su grupo, del Instituto de Enfermedades Tropicales y Salud Pública de las Islas Canarias en Tenerife, se han obtenido del análisis de 358 roedores de varias especies capturados en cuatro de las islas. Las muestras de sangre son analizadas y, además, se estudia el ADN para detectar e identificar los nemátodos.

Encontraron parásitos en los pulmones del 15% de las ratas capturadas en Tenerife. También estudiaron 57 caracoles de dos especies y 17 babosas de dos especies, pero ningún ejemplar dio positivo. Es decir, hay Angiostrongylus, puesto que aparece en las ratas, pero todavía no se ha identificado el molusco, caracol o babosa, que cierra el ciclo vital del parásito y es un dato importante para la salud humana pues lo habitual es que la infección llegue, como hemos visto, por la ingestión de caracoles o babosas.

En fin, amigo Oscar, que cuidado con las apuestas, y con la bebida, que, es evidente, las babosas son capaces de sofisticadas venganzas.

 

 

*Cowie, R.H. 2013. Biology, systematics, life cycle, and distribution of Angiostrongylus cantonensis, the cause of rat lungworm disease. Hawai’i Journal of Medicine & Public Health 72 Suppl. 2: 6-9.

*Cowie, R.H. 2013. Pathways for transmission of angiostrongyliasis and the risk of disease associated with them. Hawai’i Journal of Medicine & Public Health 72 Suppl. 2: 70-74.

*Forcart, L. 1967. Un cas de pseudo-parasitisme de Limax flavus L. Journal de Conchiliologie106: 129.

*Foronda, P. y 10 colaboradores. 2010. Finding of Parastrongylus cantonensis (Chen, 1935) in Rattus rattus in Tenerife, Canary Islands (Spain). Acta Tropica 114: 123-127.

*Senanayake, S.N. y 3 colaboradores. 2003. First report of human angiostrongyliasis acquired in Sydney. Medical Journal of Australia 179 : 430-431.

*Sergeant, E. & L. Forcart. 1949. Sur la présence d’œufs de limace dans du lait régurgité par un nourrison. Archives de l’Institut Pasteur d’Algerie 2/128.

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