Pertenecen a la familia Blattoidea, con unas 4500 especies, y 20 de ellas son esas cucarachas que acompañan a nuestra especie en las viviendas, en un hábitat cálido, húmedo y oscuro, muy parecido al de la selva tropical de donde proceden aunque, en la actualidad y gracias a nuestra ayuda, su distribución es casi planetaria. Entre ellas está la Periplaneta americana, que procede del África tropical y vive con nosotros en zonas templadas e incluso frías; es esa cucaracha que llamamos “rubia”. Está tan hecha a vivir con nosotros que, si por cualquier catástrofe desapareciera nuestra especie, no crean eso que se dice de que quedarían las cucarachas, también ellas lo pasarían mal.
No nos gustan las cucarachas. Es cierto que suponen un riesgo de salud pública pues transportan bacterias y otros parásitos que nos pueden enfermar. De alguna manera, ese asco como defensa se ha seleccionado en el proceso evolutivo y lo poseemos, quien más quien menos, todos los miembros de nuestra especie. Por supuesto, las cucarachas también han desarrollado sus métodos para defenderse de nosotros en nuestra vida en común. Salen de noche pues son fotofóbicas (la luz continua las vuelve locas) y se esconden en grietas, alcantarillas, sótanos y subsuelo, fuera de nuestro alcance, pasando a través de las grietas más estrechas. Si usamos insecticidas, antes o después desarrollan resistencia a esos compuestos. Y, sobre todo, huyen, huyen de nosotros a toda velocidad. Corren, y es su récord, unos 1.5 metros por segundo, o sea, 5.4 kilómetros por hora que, para nosotros, es andar a paso rápido, pero para un bicho de su tamaño significa que en un segundo recorren 50 veces la longitud de su cuerpo. Para que nos hagamos una idea, si nosotros pudiéramos hacer lo mismo, nuestra velocidad máxima sería de más de 300 kilómetros por hora. A esa velocidad cambian de dirección sin frenar e, incluso, tal como nos cuentan Jean-Michel Mongeau y su grupo de la Universidad de California en Berkeley, en una maniobra desconocida hasta ahora, simplemente desaparecen.
El equipo de Mongeau trabajó con 6 ejemplares de Periplaneta americana, compradas a un criador comercial y mantenidas en el laboratorio en cajas de plástico y alimentadas con fruta, comida para perros y agua. Pesaban, como media, 0.71 gramos, y corren, también como media, 62.1 centímetros por segundo, algo así como la mitad del récord que antes he mencionado. Los autores descubren que, si provocan la huída de las cucarachas por una tabla que tiene una inclinación de 30º sobre el suelo, al llegar al final de la tabla, desaparecen. No vuelven atrás, no están en el suelo, no se ve hacia donde huyen. Hasta que se les ocurre mirar por debajo de la tabla, y allí están, quietas, muy quietas y cabeza abajo. Lo graban en video de alta velocidad y analizan el proceso de desaparición de la cucaracha. Cuando alcanza el final de la tabla, a toda velocidad, se engancha al extremo con las patas de atrás y, como si fuese un péndulo, gira y se sujeta a la tabla por debajo. Lo hace a tal velocidad, 109 centímetros por segundo (casi el doble que su velocidad media en carrera) y en tan poco tiempo, 127 milisegundos, que los autores no la pueden seguir con la vista y la impresión que da es que desaparece. Y lo mismo pueden hacer en una superficie plana como una mesa o una silla. O sea, si ante sus ojos desaparece una cucaracha, miren debajo, quizá esté allí, muy, muy quieta.
*Mongeau, J.-M. y 6 colaboradores. 2012. Rapid inversion: Running animals and robots swing like a pendulum under ledges. PLoS ONE 7: e38003