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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

La costilla de Adán

Dedicado a Jesús Mª Txurruka, amigo y compañero, que me dio la idea y ya ha escrito sobre este asunto en la revista Elhuyar.

 

Casi todos los mamíferos lo tienen y, entre quienes no lo tienen, estamos nosotros. Me refiero al báculo, en latín baculum, o hueso peniano o penial, que es el hueso que casi todos tienen en el pene. Incluso nuestros parientes más cercanos, los primates, también lo tienen. Es un hueso muy práctico para la reproducción pues permite la penetración, es decir, la cópula incluso en ausencia de erección.

Ya ven, y nos lo recuerdan Scott Gilbert, del Colegio Swarthmore, en Pennsylvania, y Zion Zevit, de la Universidad del Judaísmo de Los Angeles, no tener hueso en el pene es una característica que diferencia nuestra especie del resto de mamíferos. Es una condición genética típica de nuestra especie. Por ejemplo, Cory McLean y su grupo, de la Universidad de Stanford, han repasado el genoma humano y lo han comparado con el de chimpancés y otros mamíferos buscando delecciones, es decir, secuencias completas de ADN que faltan en el genoma de nuestra especie, y han tratado de relacionar esas delecciones con cambios en anatomía, fisiología y conducta.

Entre las 510 delecciones encontradas, hay una que tiene que ver con el asunto que estamos tratando, el hueso peniano que no tenemos. Falta parte del gen llamado AR que controla el receptor de andrógenos, o sea, en la respuesta de las células que llevan ese receptor en su membrana a la presencia de esos compuestos, los andrógenos, que casi siempre tienen que ver con la reproducción y el desarrollo.

El gen AR interviene en el desarrollo del aparato reproductor y, curiosamente, de las vibrisas táctiles, esos pelos sensoriales largos que muchos mamíferos tienen en la nariz (en el gato son muy evidentes), y, además, el gen AR también está implicado la formación del hueso del pene. Ya ven, esa delección que ha encontrado Cory McLean es la responsable de que no tengamos ni hueso en el pene ni pelos largos en la nariz. Es la condición genética típica de nuestra especie que mencionaban Gilbert y Zevit, y que McLean llama rasgo específico humano.

Pero Gilbert y Zevit van más allá en su investigación sobre nuestra carencia de hueso en el pene y van a explicarnos el texto que transcribo a continuación:

21 Entonces Dios el Señor hizo que el hombre cayera en un sueño profundo y, mientras éste dormía, le sacó una costilla y le cerró la herida.

 22 De la costilla que le había quitado al hombre, Dios el Señor hizo una mujer y se la presentó al hombre,

 23 el cual exclamó:

«Ésta sí es hueso de mis huesos
y carne de mi carne.
Se llamará “mujer”
porque del hombre fue sacada.»

Aseguran Gilbert y Zevit que nuestros antepasados, los que escribieron el Génesis y otros muy anteriores, seguro que conocían que no teníamos hueso en ele pene. Y cuando escribieron este texto seguro que no era una costilla lo que el Señor tomó del hombre para hacer la mujer. Hasta queda más apropiado que sea el hueso del pene, es decir, una estructura que tiene que ver con la reproducción; para crear un ser humano parece más pertinente hablar de penes que de costillas. Después, según los autores, problemas de terminología y traducciones mal hechas, además de una cierta dosis de autocensura, convirtieron el hueso del pene de Adán en la costilla de Adán, y así sigue hasta nuestros días.

*Gilbert, S.F. & Z. Zevit. 2001. Congenital human baculum deficiency: The generative bone of Genesis 2:21-23. American Journal of Medical Genetics 101: 284-285.

*McLean, C.Y. y 12 colaboradores. 2011. Human-specific loss of regulatory DNA and the evolution of human-specific traits. Nature 471: 216-219.

 

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