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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Clase alta

Así, de primeras, ni se me ocurre calificar a los que pertenecen a la clase alta como malas personas, con poca ética, menos empatía y muy poco interés por el bienestar de los demás. Diría más, la verdad es que, antes de leer el artículo que hoy voy a comentar, poco sabía de estos asuntos y me costaba definir eso de clase alta y clase baja o, más bien, arriba y abajo como decía la serie de televisión. Según Paul Piff y sus colegas de la Universidad de California en Berkeley, para conocer a qué clase social pertenece un individuo hay que establecer su rango según su riqueza, prestigio y educación y, para la clase alta, todo ello se resuelve en, simplemente, recursos abundantes, libertad e independencia y, todo ello, conduce a una serie de conductas y comportamientos característicos. Y los investigadores de Berkeley se preguntan si en estas conductas y comportamientos influye en algo la ética.

Veamos cómo hacen para averiguarlo. Hacen siete experimentos con diferentes grupos de personas. Los dos primeros tienen que ver con la conducta de las personas cuando conducen un coche. En los dos experimentos deducen la clase a la que pertenece el conductor por el coche que lleva, es decir, según su marca, edad, aspecto y limpieza. El primer experimento estudia el comportamiento de los conductores en un cruce perpendicular de dos calles, con dos carriles ambas y los consiguientes stops y “ceda el paso”. Y en el segundo experimento se observa si los conducteros dejan cruzar la calle a los peatones en un paso de cebra.

En el cruce, el 8% de los que llevan un coche cutre, o sea, que se supone son de clase baja, no cumple las normas de tráfico sobre stops o “ceda el paso”, mientras que son un 26% de los de coche de clase alta los que no lo hacen. Algo parecido ocurre en el paso de cebra aunque aquí la diferencia es mayor pues todos los coches cutre paran para dejar pasar a los peatones mientras que el 45% de los de buen coche no loasen.

El tercer experimento va dirigido a detectar conductas poco éticas en la vida diaria de los estudiantes universitarios. Los voluntarios se colocan ante un ordenador que les presenta ocho situaciones que ellos deben puntuar según sientan que harían lo mismo que allí se describe. Las situaciones van desde irse sin pagar de una hamburguesería o coger, para uso personal, papel de la fotocopiadora de la facultad hasta no decir nada cuando un profesor se equivoca al corregir tu examen y te puntúa de más o, si tienes que entregar un trabajo y como se te ha pasado el plazo y no tienes tiempo de hacerlo, consigues uno de años anteriores y lo entregas como tuyo. Para saber a qué clase pertenece cada voluntario, deben responder a un cuestionario en el que se les presentan diez posibilidades, cada una con su educación, ingresos y prestigio, y deben elegir aquella a la que consideran que pertenecen.

Los resultados siguen la línea de los dos primeros experimentos: a clase más alta, más posibilidades de conductas poco éticas cada vez más graves.

Tiene gracia el cuarto experimento. Es también con universitarios que, después de responder a los cuestionarios del experimento anterior, los voluntarios son conducidos a una sala de espera donde deben permanecer unos minutos. Esa sala de espera la comparten con niños que están participando en otro experimento y los que se les dejan unas cajas con caramelos en las mesas para que endulcen la espera. A los universitarios se les dice expresamente que los caramelos son para los niños. Pues ya se lo pueden figurar: a clase más alta, más caramelos a los bolsillos.

El siguiente experimento, el quinto, se hace a través de Internet con la intención de conocer si lo observado hasta ahora no es solo conducta de universitarios. Son 108 voluntarios, con 61 mujeres, edades de   18 a 82 años y edad media de casi 36 años. Los investigadores pretenden averiguar si en toda la sociedad hay relación entre clase social y conducta ética y, además, si es la codicia la que está en la base de las decisiones poco éticas. Los voluntarios se asignan, como hemos visto antes, a qué clase social pertenecen. El experimento en sí consiste en pedir al voluntario que se ponga en la situación de estar negociando con un trabajador su salario, siempre a la baja y diciéndole que, si acepta un salario bajo los primeros seis meses, después se le hará un contrato estable. Y todo ello a pesar de que el negociador sabe que el contrato solo durará seis y, después, el trabajador será despedido. Y se le pide al voluntario si diría o no la verdad al trabajador. Después, para conocer lo que piensa de la codicia rellenará una encuesta que permite averiguar si cree que la codicia está justificada, es beneficiosa y es moralmente aceptable.

Los resultados siguen apuntando en la misma dirección: a clase más alta, menos se dice la verdad al trabajador, y a clase más alta, más justificación para la codicia.

El sexto experimento, también por Internet, con 195 voluntarios, de ellos 129 son mujeres, de 18 a 72 años y con una edad media de casi 34 años, investiga si la clase influye en trampear en un juego de ordenador. Sin entrar en detalles, en este juego todo aquel que pase de la puntuación de 12, ha    hecho trampa. Cada voluntario, como antes, se asigna la clase a la que pertenece y, también, rellenan el cuestionario sobre la codicia. Ya pueden suponer que a más clase, más trampas, y a más codicia, más clase y más trampas.

Y en el séptimo y último experimento, los autores se plantean la hipótesis de que, detrás de estas conductas no éticas, está la codicia y, entonces, deciden manipular las ideas sobre la codicia de los que se apuntan a las clases bajas y ver si luego cambian sus conductas hacia la poca ética. Para cambiar las ideas sobre la codicia, dan a parte de los de clase baja un texto neutro para que lean y a otra parte un texto que argumenta los beneficios y oportunidades de la codicia. Está claro, estos últimos acaban siendo poco éticos en relación con su trabajo simulado en el ordenador y aceptan sobornos, meten mano a la caja y cobran de más a sus clientes.

 

 

*Piff, P.K. y 4 colaboradores. 2012. Higher social class predicts increased unethical behavior. Proceedings of the NationalAcademy of SciencesUSA109: 4086-4091.

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Por Eduardo Angulo

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