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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Movilidad geográfica

Hace unos meses, en febrero, José Luis Feito, del Comité Ejecutivo de la CEOE, declaró, con afán seguramente de claridad y contundencia, que se debería retirar el subsidio de paro a cualquier trabajador que rechazara un empleo “aunque esté en Laponia”. Hoy voy a repasar el trabajo de Shigehiro Oishi y Ulrich Schimmack, de las universidades de Virginia en Charlottesville y de Toronto en Mississauga, respectivamente, sobre la relación la movilidad geográfica y el bienestar de los trabajadores en Estados Unidos.

Desde siempre, y algo así como desde el principio del siglo XIX con abundante documentación, la movilidad geográfica es una de las características que define a los estadounidenses. Cambian de residencia con facilidad y lo hacen por múltiples motivos: un trabajo mejor, un sueldo mayor, una mejor educación para los hijos, la búsqueda de un estilo de vida diferente o, como nos dicen Oishi y Schimmack, por uno de sus derechos inalienables, alcanzar la felicidad. Nuestros autores han investigado la relación entre la movilidad geográfica durante la infancia y el juicio subjetivo que hace el adulto a partir de los recuerdos de esa movilidad. Además, se relaciona la movilidad con la mortalidad en los adultos. En concreto, son dos las preguntas que necesitan respuesta: cuáles son las consecuencias psicológicas de la movilidad y si los cambios frecuentes de residencia afectan más a unas personas que a otras según su carácter.

Ya se sabía, nos cuentan los autores, que la movilidad afectas, en los niños, en su rendimiento y conducta en la escuela y, ya en la adolescencia, tienden a fumar, consumir alcohol y a tener más intentos de suicidio que la media de los niños y jóvenes de su misma edad. Sin embargo, los trabajos sobre la influencia de la movilidad en la infancia sobre el bienestar en el adulto son escasos.

Trabajan con los datos de 7108 adultos, de ellos 3632 mujeres, con edades de20 a75 años y edad media de 46.4 años. Diez años después, entran en contacto de nuevo con los voluntarios y 4963, el 70%, responden y se consiguen datos de su movilidad, bienestar y mortalidad, así como de su personalidad psicológica. De los 7128 voluntarios iniciales, 421 habían muerto 10 años después.

Los resultados indican que quienes más se han movido como niños, menos nivel de bienestar declaran como adultos. Hay niños que han cambiado su residencia 10 veces o más; para ellos, su bienestar declarado cuando son adultos es 6 veces menos que los que no se han movido. Si se tienen en cuanta las características psicológicas de los voluntarios, esta relación tan negativa se da solo en los introvertidos y no en los extrovertidos. Los autores sugieren que se debe a la mayor dificultad de los introvertidos en crear nuevas relaciones sociales cuando cambian de residencia.

Por si fuera poco, los introvertidos que cambian mucho de residencia tienen el doble de probabilidad de morir en los siguientes 10 años respecto a los extrovertidos. En realidad, la probabilidad de morir 10 años después es igual para intro- y extrovertidos, pero, en cuanto llega el primer cambio de residencia, la probabilidad empieza a aumentar para los introvertidos mientras que para los extrovertidos casi no cambia, y la probabilidad se dobla con 10 cambios de residencia o más.

Quizá estos resultados ayuden al Sr. Feito a concretar mejor su propuesta de trasladarse a Laponia.

 

*Oishi, S. y U. Schimmack. 2010. Residential mobility, well-being, and mortality. Journal of Personality and Social Psychology 98: 980-994.

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Por Eduardo Angulo

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