El investigador principal del trabajo que voy a comentar declaró a una agencia de noticias que “psicológicamente, hombres y mujeres son casi especies diferentes”. Especies diferentes nada menos. Quizá ese “casi” le salve de la más pura incorrección política. El culpable de hablar tan claro, casi en titulares de prensa, es Paul Irwing, de la Universidad de Machester, y su estudio vamos ahora a ver de qué va.
Los datos los obtiene de una encuesta pasada en Estados Unidos a 10261 personas, de ellas 5137 son mujeres, con edades de 15 a 92 años, y es representativa, en edades y distribución geográfica, de la población del país. La encuesta consta de 185 preguntas y utiliza 15 escalas de personalidad: reservado o cálido, estable o acelerado, dominante o dominado, serio o alegre, expeditivo o respetuoso, audaz o precavido, sensible o práctico, confiado o receloso, abstracto o concreto, abierto o celoso de la intimidad, tradicional o abierto al cambio, orientado al grupo o a sí mismo, perfeccionista o tolerante, relajado o tenso. Al final, se obtienen cinco escalas globales: extraversión, ansiedad, cerrado de mente, independencia y autocontrol.
Cuando analizan los resultados, los investigadores encuentran que las mujeres puntúan más en calidez, sensibilidad y comprensión, y los hombres en estabilidad emocional, respeto a las reglas y vigilancia. Se acercan bastante a los arquetipos que tenemos en nuestra cultura sobre la psicología de hombres y mujeres.
Es interesante que las puntuaciones de ambos sexos se superponen solo en un 14%, es decir, que son diferentes en un 86%. Por tanto, según esta encuesta, hombres y mujeres son diferentes desde el punto de vista psicológico. Para Paul Irwing, en un afán de igualdad absoluta entre los sexos, las diferencias entre ellos se han soslayado o, como poco, subestimado. Pide a otros investigadores que utilicen la misma metodología en estudios con la misma o con otras poblaciones para ver si estas conclusiones se confirman.
Una de las objeciones que Irwing plantea a su propia metodología es que es posible que las personas respondan al test atendiendo más a lo que se espera de ellos y de ellas, desde la sociedad o la cultura a la que pertenecen, que a lo que sienten realmente. Por eso, quizá, los resultados se acercan tanto a los arquetipos sociales de ambos sexos.
Podemos poner un ejemplo concreto de estas diferencias. Más o menos por las mismas fechas en que apareció el estudio de Irwing, un grupo de la Universidad Estatal de Ohio en Mansfield, dirigido por Terri Fisher, publicaron un trabajo sobre lo mucho, o poco, que las personas piensan, a lo largo del día, sobre el sexo, la comida o el dormir.
Los autores proporcionan a 283 universitarios, de ellos 163 mujeres, de 18 a 25 años y con una edad media de 19, un contador para que, divididos en tres grupos, marquen cada vez que, a lo largo del día, piensen unos en el sexo, otros en la comida y los terceros en dormir.
Los chicos piensan más en las tres cosas que las chicas. En sexo, el marcador, por las veces que piensan en él al día, está los chicos en 19 y las chicas en 10. Para la comida, el resultado es 18-15. Y en dormir, se queda en 11-8. La diferencia entre sexos no es muy grande, pero ahí está. La misma Terri Fisher, como hacía Irwing, recurre otra vez a la posible influencia de los arquetipos sociales de los sexos para explicar los resultados.
*Del Giudice, M., T. Booth & P. Irwing. 2012. The distance between Mars and Venus: Measuring global sex differences in personality. PLoS ONE 7: e29265
*Fisher, T.D., Z.T. Moore & H.-J. Pittenger. 2012. Sex on the brain? An examination of frequency of sexual cognitions as a function of gender, erotophilia, and social desirability. Journal of Sex Research 49: 69-77.