Ya hemos hablado, y mucho, del bostezo y cómo sirve para transmitir emociones y estados de ánimo. Por eso, una de las características esenciales del bostezo es su capacidad de contagio. También lo es en otras especies de primates pero, quizá, solo en la nuestra es capaz de transmitir emociones. Crea interacciones sociales por medio de las emociones y, para ello, se basa en la empatía, es decir, en que lo observado en otro despierte emociones y conductas de respuesta en el observador. Ivan Norscia y Elisabetta Palagi, de la Universidad de Pisa y del Instituto de Ciencias Cognitivas y Tecnología de Roma respectivamente, han investigado el efecto de diferentes variables como el sexo, el país y los datos personales y familiares sobre la capacidad y eficacia de contagio del bostezo.

Intervienen 109 voluntarios, mayores de 16 años y 56 son mujeres. Durante un año llevan un control estricto de sus bostezos y de las circunstancias en que se producen, con períodos de observación que van de seis minutos a dos horas, y de cómo contagian a los observadores. Pues bien, el contagio es mayor cuanto más cercano se encuentra el observador, tanto en lo personal como en lo social. Primero lo más cercano, la familia, después, y casi con la misma eficacia, los amigos. Más lejos, los conocidos, y casi sin contagio, los extraños. Es más, cuando se mide el tiempo que tarda en contagiarse el bostezo, es decir, los segundos hasta que se inicia en el observador, encontramos un resultado igual: lo más rápido, la familia, y luego los amigos, los conocidos y los extraños que, como vemos, tardan en contagiarse y, además, se contagian poco. O sea, que a más cercanía, amistad y cariño, más y más rápido es el contagio del bostezo. Proximidad y confianza es lo que necesita el bosteza para iniciar una epidemia tipo “cadena de favores”.

*Norscia, I. & E. Palagi. 2011. Yawn contagion and empathy in Homo sapiens. PLoS ONE 6: e28472