Para Claudia, por su insistencia, y con cariño
Estamos en época de piojos. Los campamentos de verano y el principio de curso son muchos niños juntos, cada uno con sus alegrías, tristezas, juegos, y su fauna acompañante. Fauna que es capaz de colonizar con rapidez cualquier hábitat adecuado que se ponga a su alcance, o sea, otros niños. Estamos en esa época, que se repite todos los años, y que se caracteriza por madres agobiadas (¿y los padres? ¿Se agobian igual?) y niños hartos de champús malolientes, baños de vinagre y estrambóticos cortes de pelo y, en consecuencia, absentismo escolar. Un mes de septiembre como tantos otros.
Este piojo que se pasea por la cabeza de nuestros niños es el Pediculus humanus capitatis y, como cuentan Julie Parison y su grupo de la Universidad James Cook de Townsville, en Australia, su infección provoca sentimientos muy fuertes en madres e hijos, aunque, a nivel de salud pública, los médicos no la consideren peligrosa. En realidad, nadie se salva de los piojos, ricos y pobres, limpios y menos limpios, con cualquier edad y con mucho o poco pelo, se peinen o vayan despeinados, las chicas el doble que los chicos, los negros la mitad que los blancos (el pelo rizado de los negros tiene un corte ovalado y a los piojos les cuesta agarrase a él). El método habitual de transmisión es el contacto entre cabezas pues los piojos no saltan y se mueven lentamente. Pero también puede llegar con la ropa, los gorros y sombreros, los peines y cepillos del pelo, las almohadas, las toallas o la tapicería de los muebles.
Para conocer más a fondo lo que los piojos significan a nivel familiar y social, Julie Parison colgó un cuestionario en internet entre agosto de 2006 y febrero de 2007, con preguntas sobre edad, país, sexo y empleo, y sobre sus sentimientos al descubrir la infección de piojos, las dificultades para controlarla y los problemas que plantea. Consiguió 294 respuestas y la mayoría de ellas son de mujeres (91.1%) que trabajan (76.9%). Lo que dicen es, en gran parte, lo que ya sabíamos por experiencia propia pero que Parison nos interpreta después de una certera metodología estadística. Los piojos se traen de la escuela y, una vez en casa, se pueden transmitir a otras personas. Una vez detectada la infección, hay que curarla eliminando a los piojos con productos químicos (insecticidas), naturales o con remedios caseros. Las recaídas llegan al 25% por la falta de constancia en el tratamiento. Es importante la política del colegio para la detección y el control y, muy importante, en el trato que se da a los niños infectados, sin burlas ni exclusión de ningún tipo. En general, entre las personas implicadas, colegio y padres, hay una cierta falta de información sobre los piojos y su ciclo de vida.
Pero quizá lo más interesante de las respuestas está en el apartado de la repercusión familiar de la infección. Ya hemos visto que las respuestas son de mujeres en su mayoría, y es lógico pues es la madre la que lleva el tratamiento. Las respuestas de hombres son sólo el 8.8%, pero únicamente dos hombres declaran explícitamente que son ellos los que llevan el tratamiento. Se necesita tiempo y constancia y, en la actualidad en que padre y madre trabajan, falta tiempo y, por tanto, constancia, con lo que el tratamiento a menudo no llega a su final con la eliminación de los piojos. Además, hay que añadir que el tratamiento es caro; los productos utilizados no son baratos y ya he dicho que es relativamente largo.
En cuanto a estos tratamientos, es evidente que se necesitan nuevas ideas. Los piojos casi habían desaparecido con los insecticidas, primero con el DDT y el lindano, luego el malatión y, en los últimos años, con productos basados en insecticidas naturales de las plantas como los piretroides. Sin embargo, los piojos han desarrollado resistencia a estos productos. Marc Tebruegge y sus colegas, de la Universidad de Melbourne en Parkville, comentan que ya hay cepas de piojos, con una distribución geográfica irregular, resistentes a todos estos insecticidas. Así, mientras hay zonas con piojos resistentes al malatión hay otras con piojos resistentes a los piretroides, los dos grupos de insecticidas más utilizados. Por ello, la eficacia del malatión va del 17 al 98% o la de la permetrina, un piretroide, va del 10 al 72%. Estos fallos de los insecticidas clásicos han llevado a nuevos enfoques en la lucha contra los piojos. Un ejemplo de ello es la dimeticona.
Esta sustancia no ataca químicamente a los piojos, no es un tóxico químico para ellos. Recubre a los piojos y a sus huevos y les impide tomar agua y respirar. Es un insecticida “físico”, no químico como los clásicos. Cuando se ha comparado la eficacia de la dimeticona con el malatión, este no pasa del 35% en conseguir la desaparición de los piojos mientras que la dimeticona alcanza el 70%. Con el piretroide fenetrina, la eficacia de la dimeticona es del 69% mientras que la fenetrina llega al 78%, pero provocando irritación en la piel en el 10% de los niños. Además, como han demostrado Ian Burgess y sus colegas del grupo de Investigación y Desarrollo en Insectos de Royston, en Inglaterra, la dimeticona llega a eliminar los piojos con una aplicación de sólo 15 minutos, repetida una semana después por si acaso. Y, como recalca Burgess, es difícil que los piojos desarrollen resistencia a un producto que no altera la química del animal sino que actúa físicamente sobre él, envolviéndolo y ahogándolo.
*Burgess, I.A. & N.A. Burgess. 2011. Dimeticone 4% liquid gel found to kill all lice and eggs with a single 15 minute application. BMC Research Notes 4: 15.
*Burgess, I.A., C.M. Brown & P.N. Lee. 2005. Treatment of head louse infestation with 4% dimeticone lotion: randomized controlled equivalence trial. British Medical Journal 330: 1423-1425.
*Parison, J.C., R. Spare & D.V. Canyon. 2008. Uncovering family experiences with head lice: The difficulties of eradication. Open Dermatology Journal 2: 9-17.