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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Olor a muerte

El olor de los cadáveres en descomposición repele, nos hace huir, lo evitamos con repugnancia. Quizá tenga una base cultural pero, según algunas investigaciones, es posible que tenga un potente fundamento biológico. Evitar la enfermedad, la muerte o el contagio de enfermedades y huir de los depredadores son ventajas evidentes en el proceso evolutivo. Quien evita estas desgracias puede que se reproduzca y que llegue a la siguiente generación. Sin embargo, conocer cuáles son los componentes de ese “olor a muerte” es complicado; la descomposición de un cadáver produce miles de compuestos y aislar de todos el o los responsables de nuestra repugnancia no es fácil. Pero esto se está consiguiendo en algunos invertebrados como, por ejemplo, insectos y crustáceos. Ya se conocía que cuando las cucarachas encuentran un lugar con alimentos emiten unos compuestos al aire, unas feromonas, que atraen a otras cucarachas al lugar. David Rollo, de la Universidad McMaster de Hamilton, en Toronto, Canadá, cuenta que, cuando trituraron cucarachas y colocaron el extracto junto al alimento con la intención de averiguar cuáles eran los compuestos responsables de la atracción, consiguieron justamente lo contrario y las cucarachas evitaban el lugar despavoridas. Descubrieron lo contrario de lo que buscaban; algo había en las cucarachas machacadas que provocaba la huída de sus compañeras. También las abejas, las hormigas, las termitas y otros insectos tienen conductas semejantes. Los compuestos responsables, después de analizar los cadáveres y probar con productos puros, son ácidos grasos del tipo del oleico o el linoleico. Estos ácidos grasos son los marcadores de muerte para los insectos. En los insectos sociales, estos aromas provocan la formación de cuadrillas de limpieza que retira los cadáveres y los arroja al exterior del nido. En los insectos no sociales, en cambio, marcan los cadáveres y los evitan; se puede decir que se convierten en zona tabú.

Hace 400 millones de años, en el largo proceso de evolución de las especies, insectos y crustáceos se separaron e iniciaron ramas diferentes. David Rollo se preguntó si este mecanismo de huir de la muerte era muy antiguo y si, por tanto, existía también en los crustáceos. Trabajó con cuatro especies de isópodos, crustáceos de pequeño tamaño y fáciles de mantener en el laboratorio. Cerca de estos animales, Rollo y sus colegas colocan extractos de sus cuerpos, cadáveres, cuerpos machacados y compuestos químicos puros, y observan su conducta.

Los cuerpos machacados provocan la huída del 94.6% de los isópodos vivos. En cambio, los cadáveres intactos incluso pueden ser un alimento para sus colegas, aunque a las 24 horas ya repelen al 65% de los vivos. Los extractos de individuos vivos repelen más o menos según la especie de isópodo (recordad que estamos trabajando con cuatro) aunque siempre mucho: van del 50% al 93%. Cuando se utilizan compuestos químicos puros, la repulsión puede llegar al 100% (por ejemplo, con el ácido linoleico al 4%).

En conclusión, que insectos y crustáceos se comportan igual ante estos compuestos anunciadores de muerte. Necromonas los llaman Rollo y sus colegas, en similitud con las conocidas feromonas o mensajeros a distancia. Su síntesis, en el cadáver, hay que buscarla a nivel de las células y es conocido que estos ácidos grasos se forman muy rápido después de la muerte de la célula.

 

*Yao, M. y 5 colaboradores. 2009. The ancient chemistry of avoiding risks of predation and disease. Evolutionary Biology 36: 267-281.

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