No es sencillo averiguar de que forma los hijos recompensan a sus madres por su atención y cuidado. O, visto de otra manera, que es lo que hace que la madre se sienta tan bien y tan a gusto cuando se ocupa de su hijo. O, finalmente, que lo que hace que la madre se sienta bien cuando atiende al hijo y se sienta mal cuando no lo hace. Debe ser algo esencial pues hay pocas cosas más crueles que privar a una madre de sus hijos. Mileva-Seitz y Fleming cuentan como las ratas madres aprenden a presionar una barra para llegar hasta sus hijos; las ratas no madres no muestran el menor interés en llegar hasta donde haya crías. También esas ratas madres prefieren vivir en jaulas donde hayan estado crías; las no madres las evitan. Y, si a las madres recién paridas se les da a elegir entre jaula donde hubo crías o una jaula donde hubo cocaína, eligen la primera hasta el destete de sus crías; después, vuelven a la cocaína.
En nuestra especie, la experiencia nos enseña que la madre no para de contar cosas de su niño, incluso a costa de aburrir a su pareja y también feliz padre del mismo niño. Pero esto dura hasta 1 año después del parto; entonces la madre deja de hablar y, según los expertos en esto, comienza a preparar el ciclo de una nueva maternidad.
Parece, por tanto, que los bebés provocan en la madre un sistema de recompensas que apoya la motivación de la madre para dar las respuestas adecuadas a las necesidades del hijo. Además, este proceso mejora con el tiempo; por ejemplo, las madres, es obvio, cada vez conocen mejor las necesidades del hijo y llegan a adivinarlas.
Con sólo media hora de contacto con el recién nacido, se pone en marcha la conducta maternal adecuada, que dura varios días incluso aunque no exista un contacto continuo con el bebé. Pero esa media hora es esencial. Si la madre no puede oler al niño, tocarlo y depositarlo sobre su vientre, su conducta maternal no será tan buena. Por el contrario, sólo el olor, la vista y el sonido no bastan; hay que tocar al niño, debe haber contacto directo.
Así preparada, la madre será capaz de reconocer el olor, los gritos e incluso la mano de su hijo. Y, de esta manera, la madre estará cada vez más segura de su competencia como madre y crecerá su autoestima lo que, de nuevo, mejorará la relación con su hijo. De todas formas, es intrigante que no se haya podido demostrar en nuestra especie, a diferencia de en ovejas y en ratas, la intervención de hormonas en todo este proceso de interacción y recompensa entre la madre y el hijo.
En resumen, la puesta en marcha de la conducta materna después del parto y su expresión durante el periodo post parto depende de la activación de sistemas que nos parecen esenciales como son la comprensión de las necesidades del niño, el afecto, la atención constante, el aprendizaje por parte de madre e hijo y las recompensas que provoca el niño en la madre para que continúen los cuidados adecuados. Todo esto se pone en marcha con el parto y, aunque no se ha conseguido demostrar, los expertos aseguran que algo tienen que ver las hormonas en estas conductas de madre e hijo.
*Mileva-Seitz, V. & A.S. Fleming. 2011. How mothers born: A psychobiological analysis of mothering. En ”Biosocial Foundation of Family Processes”, p. 3-34. Ed. por A. Booth y cols. Springer.