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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Madre e hijo (VII): Juegos

Es una experiencia cotidiana observar que, en general, la interacción de la madre y la del padre con el hijo son diferentes. Incluso es muy posible que, en la actualidad, estén cambiando respecto a decenios pasados por influencias sociales y culturales. Muchas madres trabajan y ya no están constantemente con sus hijos. Y no está mal visto que los padres jueguen con sus hijos y, sobretodo, con sus hijas. La relación madre-hijo es la más conocida. En esta relación destaca la sincronización de conductas entre la madre y el hijo. Ruidos, gestos, miradas, pausas y silencios y vuelta a empezar se intercambian entre madre e hijo creando ritmos que conforman una especie de lenguaje. Es una interacción regulada, recíproca y armoniosa.

Después de la aceptación general de la existencia de la relación madre-hijo, en los últimos años han comenzado a conocerse estudios sobre la relación padre-hijo. Ambos, padre y madre, se comunican con el hijo, pero lo hacen de manera diferente. Entre padre e hijo, la relación es más física, más ruda y violenta, mientras que la madre es más verbal, más convencional, más cercana a las emociones. El padre contribuye al desarrollo físico del hijo y es, también, quien le abre al mundo exterior. Apoya al hijo hasta que este es capaz de enfrentarse a su entorno social; la madre más bien se sitúa entre su hijo y ese entorno y, siempre, busca su contacto visual. Es el padre quien anima a su hijo arriesgarse, a tomar la iniciativa de explorar entornos y conductas nuevas y a ser valiente ante los desconocidos. El padre quiere que el hijo haga cosas; la madre, que el hijo sienta emociones, solo y con ella.

De todas maneras, ignoramos cuanto de lo dicho tiene una base cultural y cuanto una base biológica. Como ejemplo se puede citar que la interacción física padre-hijo, tan habitual en la cultura occidental, no se da en la India. Esas interacciones madre-hijo y padre-hijo es lo que estudiaron Julia Scaramo y su grupo de la Universidad de Mogi das Cruzes de Sao Paulo, en Brasil, con 42 familias con 25 hijos y 17 hijas con una edad media de 32 meses, todas de cultura franco-canadiense de Montreal, en Canadá, de clase media y con trabajo. El experimento, en el laboratorio, consiste en tres situaciones: una sesión de 20 minutos del hijo jugando con ambos padres; y dos sesiones de 10 minutos jugando el niño con su padre y con su madre por separado. El cuarto del experimento reproduce una sala de estar típica y los juguetes son los habituales: muñecas, balones, bloques de construcción,… Los investigadores graban en video todas las sesiones y después puntúan la distancia física entre los padres y el hijo; la orientación visual, o sea, hacia donde y hacia quien miran todos ellos; la postura corporal en cuanto a alejamiento o acercamiento entre ellos; y la participación en el juego como manipular o mirar el mismo juguete, quién inicia el juego o, simplemente, la no participación.

Los resultados muestran que cuando el hijo está con el padre o con la madre por separado juega parecido con cada uno de ellos. Sin embargo, cuando están juntos los tres, el padre y el hijo juegan a más distancia, con menos contacto visual, con menos orientación del cuerpo de uno hacia el otro y con menos participación que con la madre en este grupo de tres. En resumen, que el hijo juega más y más cerca con la madre que con el padre.

*Scaramo de Mendonça, J., L. Cossette, F.F. Strayer & F. Gravel. 2011. Mother-child and father-child interactional synchrony in dyadic and triadic interactions. Sex Roles 64: 132-142.

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Por Eduardo Angulo

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