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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Colisión

En Europa y en los últimos 16 años, se estima que el 25% de los juveniles y el 6% de los adultos de Cigüeña mueren por choques o electrocutados por las líneas de alta tensión. La avutarda de Denham, que vive en Sudáfrica pierde hasta el 30% de su población en choques con los postes de alta tensión; la avutarda de Ludwig, también de Sudáfrica, especie vulnerable, todavía lo es más debido a estas colisiones en vuelo. También es un ejemplo de este problema la isla de Smola, en Noruega, que tiene un parque con 68 molinos eólicos de producción eléctrica; cada uno tiene 70 metros de altura y los alerones alcanzan los 83 metros de diámetro. Entre 2003 y 2009, se han encontrado a sus pies hasta 24 especie de aves que han muerto al chocar con ellos. Graham Martin, de la Universidad de Birmingham, asegura que, en este parque eólico, las aves se comportan como si los molinos no existieran. Quizá existen datos en España sobre estas muertes por colisión pero son difíciles de encontrar y existen pocas revisiones de conjunto; en una publicación de 2008, la Sociedad Española de Ornitología (SEO) calcula que mueren entre 19000 y 1000000 de aves al año.

Como ven, el problema de los choques de las aves con estructuras construidas por el hombre se extiende a todo el mundo y sus consecuencias pueden ser graves para las poblaciones. Sin embargo, sabemos que el control del vuelo por las aves se hace primordialmente por la visión. Como dijo un autor hace años, las aves son ”poco más que un ala dirigida por un ojo”. Falta averiguar cómo es posible que, usando la visión como control, choquen contra obstáculos tan grandes y, por lo menos para nosotros, tan visibles y fáciles de evitar. Graham Martin reivindica un nuevo enfoque del problema a partir de los postulados de la ecología sensorial, especialidad que estudia la información que fluye de la relación de un animal con su entorno. Lo que Martin propone es utilizar el entramado sensorial ecológico que envuelve a una especie para evaluar por qué las aves, cuando vuelan, se estrellan contra estructuras tan evidentes como líneas eléctricas, vallas, antenas, molinos y edificios. Además, los choques no dependen de la visibilidad, ocurren con mala visibilidad pero también con buena. Intentar que las aves no choquen desde una perspectiva humana es inútil, según Martin, Las aves viven en un mundo visualmente diferente al nuestro y, es evidente, primero debemos conocer las diferencias.

Veamos algunas de las diferencias. En cuanto al color, su espectro visual incluye el ultravioleta, que nosotros no captamos. La resolución, es decir, la distancia mínima a la que podemos ver dos objetos como objetos diferentes es mayor en muchas aves que en el hombre, sobre todo las rapaces; por tanto, tienen una vista más aguda. Sin embargo, la resolución no es igual en todo el ojo. En nuestra especie. La resolución es mayor hacia delante, en la dirección de la marcha, y disminuye rápidamente hacia la periferia. En aves, las zonas de mayor resolución son hacia y hacia abajo y. sobre todo, lateralmente, pero nunca hacia delante. En los estudios de conducta en aves, enseguida se ve que las aves eligen la vista lateral hacia el objeto que les interesa en cada momento (fíjense en como les mira una gallina; casi siempre de perfil, con un solo ojo).

Determinar la distancia a un objeto, y más si se está en movimiento o si se mueve el objeto, y el tiempo que tardaremos en llegar a él, es tarea complicada. Sin embargo, es crucial para entender por qué las aves chocan con las grandes estructuras. Nuestra especie lo calcula a partir de la información que nuestra visión estereoscópica (ojos separados que reciben imágenes ligeramente diferentes) envía al cerebro. En realidad, sólo nos sirve para distancias cortas; en las distancias largas no somos muy precisos. Los ojos de las aves está demasiado juntos para conseguir una información estereoscópica valiosa (casi todas las aves, vistas de frente, parecen bizcas con los ojos tan cercanos entre sí). La visión controla los movimientos del pico y, en algunas especies, también de las patas. Martin supone que esta información la obtienen las aves del flujo de imágenes a través de la retina de cada ojo, o sea, el vuelo del ave hace que la imagen, en cada ojo, se mueva por la retina activando unos fotorreceptores tras otros. La velocidad de ese paso de una célula a otra la interpreta el cerebro como distancia y tiempo de alcance. A ello ayudan los movimientos de la cabeza para dirigir la más aguda vista lateral hacia el objeto que interesa.

También es esencial para entender las colisiones es el campo de visión del ojo, es decir, la parte del entorno que el ave ve en cada momento e influye, por tanto, en su conducta. Ya hemos visto que en nuestro ojo hay diferencias entre lo que vemos en el centro del ojo y en la periferia pero, en aves, parece que esas diferencias son mayores. Los objetos que interesan los analiza el lateral del ojo mientras que la marcha es hacia el frente. No coinciden la zona de interés y la dirección de la marcha (recordad de nuevo a la gallina); el ave se interesa más por lo que tiene a los lados y, en segundo término, arriba y abajo, que por lo que hay al frente. Martin dice que parece que supone que el campo hacia delante está libre de obstáculos; es como el conductor de coche veterano que “mira” pero no “ve”, y lo que falta lo suple con la experiencia. Si está volando y le interesa lo que está al frente, tiene que girar la cabeza para verlo con un solo ojo y esto supone que, además, hay un tiempo mínimo en que no ve lo que tiene al frente. A menudo, dirección de marcha y observación detallada son conductas enfrentadas.

En resumen, los humanos vemos bien y en detalle el mundo que tenemos “delante” y nos movemos para “entrar” en él. Las aves, en cambio, ven el mundo “alrededor”, las “envuelve”, y se mueven “a través de él”.

Con referencia a las colisiones y por si fuera poco, tenemos que saber si las aves pueden ajustar su velocidad de vuelo a las condiciones del entorno; por ejemplo, con niebla, ir más lento; así evitarían colisiones en condiciones difíciles. No lo pueden hacer pues sus velocidades de vuelo son limitadas.

Para evitar los choques se han colocado banderas, colores llamativos y cosas por el estilo en las estructuras, pero ningún sistema es muy eficaz. Martin concluye que esto es así porque el ave, al volar, no mira al frente. Estos avisos serán más eficaces a los lados que al frente. Serían algo así como las señales de tráfico para los conductores. También se puede desviar su vuelo llamando su atención con llamadas de congéneres o depósitos laterales de comida. De todas formas, concluye Martin, en las zonas de mayor peligro, la solución, con lo que sabemos hasta ahora, no será fácil y sí muy compleja pues rara vez el riesgo será para una sola especie, y cada una de ellas tiene sus peculiaridades sensoriales y de conducta.

*Atienza, J.C., I. Martín Fierro, O. Infante & J. Valls. 2008. Directrices para la evaluación del impacto de los parques eólicos en aves y murciélagos. SEO/BirdLife. Madrid. 51 pp.

*Martin, G. 2011. Understanding bird collisions with man-made objects: a sensory ecology approach. Ibis 153: 239-254.

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