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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Soborno

A los niños no les gustan las verduras y las legumbres. Es más, no les gusta casi nada de lo que ahora se considera una dieta saludable: verduras y legumbres, frutas, pescado,… Es como si la dieta mediterránea fuera sólo apta para mayores. Parte de la educación de los niños es enseñarles a comer saludablemente. Para conseguirlo, padres y maestros, a veces, recompensan a los niños.

Neofobia es la aversión a todo lo nuevo, e incluye probar nuevos alimentos. Es habitual en niños y jóvenes y se cura con el tiempo. La neofobia a los alimentos es mínima en los bebés, crece rápidamente hacia los dos años y desciende lentamente con posterioridad. Estos cambios son consistentes con la hipótesis de que la neofobia tiene una función protectora para la salud y el desarrollo de los niños. Es entre los dos y los cinco años cuando el niño se independiza progresivamente de sus padres y es cuando comienza a elegir qué quiere comer y qué es lo que no le apetece. Y rechazan muchos, si no todos, los alimentos nuevos, aunque más o menos la mitad de lo que no quieren comer son plantas.
Lucy Cooke y su grupo, de la Universidad de Londres, estudiaron la neofobia a los alimentos en niños de dos a seis años. En primer lugar, no hay relación con la edad y el sexo, es decir, la neofobia no disminuye entre los dos y los seis años, y se comportan igual niños y niñas. Rechazan, en principio, verduras, fruta y carne, y aceptan dulces, alimentos salados y, en parte, los huevos. Es decir, no es neofobia indiscriminada ni mucho menos, ni es el gusto el que interviene en la elección de los alimentos.
La relación entre neofobia y consumo de alimentos confirma, para Cooke y sus colaboradores, que aquella es un rasgo adaptativo. Los alimentos que los niños rechazan son, en potencia, los más peligrosos para su salud. Las toxinas abundan en las plantas, en las frutas y, sobre todo, en las verduras. La carne es el vector más importante de las bacterias que contaminan los alimentos. Por tanto, para un niño, que habitualmente se lleva a la boca todo lo que encuentra, evitar estos alimentos es beneficioso. Por otra parte, con el tiempo, la neofobia desaparece y acepta probar nuevos alimentos (en nuestra actual sociedad, como se considera joven hasta los 35 años, pues será a esa edad cuando el individuo, por fin, comenzará a comer de todo). Los adultos deben guiar a los niños con una exposición regular y rutinaria a nuevos alimentos, en especial, verduras, frutas y carne, para ampliar y variar su dieta. Los adultos deben comer nuevos alimentos delante de los niños y estos aceptarán mejor lo nuevo si ven que los adultos lo hacen. O, según Cooke, existe otro método muy eficaz: el soborno.

Trabajan con 472 niños, de 4 a 6 años, que ordenan de más a menos preferido seis alimentos: zanahoria, pimiento rojo, guisantes, berza, calabaza y apio. El alimento que queda en cuarto lugar es el que utilizarán en el estudio principal de su trabajo. Ese cuarto puesto es para los guisantes.

Ahora dividimos a los niños en cuatro grupos: si comen los guisantes, los primeros cien reciben una pegatina de premio; los segundos cien reciben un encendido elogio; los terceros cien no reciben nada; y los niños que quedan hasta 472 comen otra verdura de la lista. Los tres primeros grupos, además, antes de cenar reciben una charla de ánimo sobre lo buenas que son las verduras y legumbres para la salud y sobre eso tan conocido de que “hay que comer de todo”. Se mide el peso de los guisantes que comen durante el experimento y al mes y a los tres meses.

Los tres primeros grupos, durante el experimento, comen más que el cuarto grupo; es decir, que la explicación previa tiene su efecto. Además, esos tres grupos, también durante el experimento, comen casi lo mismo. Es a los tres meses cuando la diferencia es más evidente: el primer grupo come 58 gramos de guisantes de media; el segundo grupo, 44 gramos; el tercer grupo, 35 gramos; y el cuarto grupo, algo más de 25 gramos.

En conclusión, hay que conseguir que el niño coma verduras y legumbres, y una vez que lo ha hecho durante unos días, cambia su gusto y lo seguirá haciendo con naturalidad. Es lo que Cooke y su grupo llaman efecto “exposición”. Está visto que el soborno es un buen sistema pero Cooke nos avisa que hay que tener cuidado con qué se soborna: por ejemplo, si se hace con dulces, es posible que el niño coma más guisantes para conseguir más dulces, lo que no es recomendable desde el punto de vista nutricional.

Y, volviendo a la neofobia y su base biológica de evitar plantas tóxicas, este segundo experimento demuestra que una vez que se ha comido la nueva planta durante un tiempo, y visto que no hace daño al niño, éste ya puede cambiar su gusto y aceptarla. Seguir rechazándola le impediría utilizar al completo todos los alimentos que se encuentran en el entorno.

*Cooke, L., J. Wardle & E.L. Gibson. 2003. Relationship between parental report of food neophobia and everyday food consumption in 2-6-year-old children. Appetite 41: 205-206.

*Cooke, L. y 6 colaboradores. 2011. Eaten for pleasute or profit: The effect of incentives on children’s enjoyment of vegetables. Psychological Science 22: 190-196.
*Wardle, J., M.-L. Herrera, L. Cooke & E.L. Gibson. 2003. Modifying children’s food preferences: the effects of exposure and reward on acceptance of an unfamiliar vegetable.
European Journal of Clinical Nutrition 57: 341-348.

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Por Eduardo Angulo

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