Somos consecuencia de nuestra historia evolutiva. Aunque a algunos les cueste aceptarlo, somos otra especie animal, muy especial, eso sí, para nosotros mismos, y a menudo como animales funcionamos, con nuestras propias e intransferibles peculiaridades. Y como toda nuestra historia evolutiva ha transcurrido en el planeta Tierra, sus características geofísicas han modelado nuestro organismo: respiramos oxígeno exhalamos dióxido de carbono a su atmósfera, bebemos agua, nuestros huesos resisten su fuerza de gravedad,… nuestros ojos ven dentro de un espectro de longitudes de onda que aquí se da,… Lo queramos o no, y aunque intentamos cambiarlo, seguimos ciclos diarios, mensuales, estacionales y anuales. Algunos de estos ciclos los notamos con más fuerza que otros. Por ejemplo, el ciclo diario de sueño y vigilia en relación con el jet lag o los turnos nocturnos de trabajo; quizá somos menos sensibles a los ciclos más largos. Además, en nuestro afán por controlar nuestro entorno, nos estamos aislando en viviendas con control de temperatura y luz artificial que nos alejan de los ciclos habituales.
Entre esas obligaciones geofísicas que nos impone nuestro planeta está el ciclo lunar de 29.53 días. Russell Foster y Till Roenneberg, de las universidades de Oxford y de la Ludwig-Maximilians de Múnich, han repasado lo publicado hasta ahora sobre la influencia del ciclo lunar para nuestra especie. En lo más hondo de lo que podemos llamar nuestra memoria fisiológica, siempre seremos un resultado más de la fuerza de las mareas: cada 12.8 horas, las aguas, empujadas por la luna, suben y bajan, y lo hacen todavía con más ímpetu dos veces al mes, con las mareas vivas. Por otra parte, la aparición y desaparición de semejante artefacto luminoso en el cielo nocturno desde muy antiguo nos ha llamado la atención. Por ello, los primeros calendarios que desarrollaron nuestros antepasados fueron lunares, y dejaron testimonio de ello en las paredes de la cueva de Lascaux o con grabado con rayas y muescas en huesos o piedras. Y de ahí a pensar que las fases de la luna influyen en nuestra conducta sólo hay un paso. Pero Foster y Roenneberg ya nos avisan de que no hay ninguna evidencia de ello. Repasemos un par de ejemplos.
Primero, el nacimiento. Como repasan Ismini Staboulidou y sus colegas de la Universidad de Hannover, en Alemania, aunque las evidencias parezcan a veces contradictorias, los estudios con garantías metodológicas no encuentran ninguna relación entre la fase de la luna, sobre todo la luna llena, y el número de nacimientos o el sexo del recién nacido. Han analizado los 6724 nacimientos que tuvieron lugar en el hospital universitario de Hannover entre el 1 de enero de 2000 y el 31 de diciembre de 2006. Como decía, no hay relación entre ninguna de las cuatro fases de la luna y el número de nacimientos, ni con el número de cesáreas, el peso o la longitud de los recién nacidos, ni con la circunferencia de la cabeza o el sexo. Argumentan que se pueden dar ligeros aumentos de cualquiera de estos parámetros en relación a la fase lunar porque el ciclo lunar es de 29.5 días y las fases son cuatro; la división no es exacta, 7.375 días cada fase, con lo que se suele simplificar poniendo tres fases de 7días y una fase de 8 días, y esta pequeña ventaja de un día trastoca los cálculos y se puede llegar a conclusiones equivocadas.
Ahora la luna nos va a llevar de la cuna a locura en nuestro viaje por el ciclo lunar y por nuestras vidas. Hasta existe término en Diccionario de la Lengua para esta relación entre luna y locura: se dice lunático de aquel que padece locura, pero no continua, sino por intervalos. El término viene del latín lunaticus, o sea, que esto de que la luna enloquece viene de antiguo. Mark Owens y Iain McGowan, de la Universidad del Ulster en Londonderry, llaman a esta locura el efecto Transilvania, en honor del admirado y temido Conde Drácula. En su revisión de lo publicado llegan a una primera y sorprendente conclusión: nada menos que el 43% de los profesionales de la sanidad creen que la luna altera nuestra conducta, porcentaje que se eleva hasta un impresionante 81% entre los especialistas en salud mental. Estos expertos se apoyan en su intuición para sustentar esta creencia. Pero, como ocurría con los nacimientos, en cuanto se exige un mínimo de rigor metodológico a los estudios publicados se encuentra que no hay la más mínima evidencia sobre el influjo de la luna en nuestra salud mental.
Volveremos sobre este tema cuando hablemos, si encuentro la bibliografía adecuada, de luna y muerte.
*Foster, R.G. & T. Roenneberg. 2008. Human responses to the geophysical daily, animal and lunar cycles. Current Biology 18: R784-R794.
*Owens, M. & I. McGowan. 2006. Madness and the Moon: The lunar cycle and psychopathology. German Journal of Psychiatry 9: 123-127.
*Staboulidou, I., P. Soergel, B. Vaske & P. Hilemanns. 2008. The influence of lunar cycle on frequency of birth, birth complications, neonatal outcome and the gender: A retrospective analysis. Acta Obstetrica et Gynecologica 87: 875-879.