Existe, sin discusión, una perceptible degradación global de los ecosistemas. Los ecologistas aseguran que esta degradación terminará por afectar al bienestar humano. Los ecosistemas degradados cada vez cumplen con más dificultad su función y, en consecuencia, los servicios que rinden a nuestra especie cada vez son peores: alimentos, pesquerías, catástrofes naturales, clima, capa de ozono,… Sin embargo, las medidas del bienestar humano no paran de crecer tanto en los países ricos como en los pobres. Es decir, los ecosistemas y sus servicios se degradan mientras que los destinatarios de esos servicios, la especie humana, declara que vive cada vez mejor. Es la paradoja del ecologista. Ciara Raudsepp-Hearne y su grupo de
Como indicador del estado de los ecosistemas, los autores utilizan los datos y conclusiones del Millenium Ecosystem Assessment, un estudio exhaustivo de ecosistemas y recursos a nivel global. Este seguimiento de los ecosistemas se centra en los recursos y servicios que proporcionan y, por ello, se relaciona directa y fácilmente con la especie humana. Los servicios son de provisiones como agua y alimentos; de control y regulación de los ecosistemas como el clima o la erosión; y, finalmente, de valores culturales como proporcionar valores estéticos o el desarrollo del ecoturismo. Todos los servicios declinan excepto algunos muy concretos como la percepción y control del cambio climático y la capa de ozono o la producción mundial de alimentos.
En cuanto al bienestar, los datos provienen del Human Development Index, que une datos económicos, como el Producto Interior Bruto, con otros sociales como la esperanza de vida, la educación o la sensación subjetiva de felicidad. Nos enseña que en las últimas décadas ha habido mejoras incluso en los países pobres. Entre 1970 y 2009, el número de personas en extrema pobreza ha disminuido en un 50% a pesar del aumento de población. O la mortalidad infantil ha caído un 75% y las instalaciones sanitarias se han multiplicado por dos. El consumo de cereales se ha triplicado y la sensación subjetiva de bienestar también ha crecido.
Los autores plantean tres hipótesis, no excluyentes, que intentan explicar el aumento de bienestar en medio de la destrucción del entorno. En la primera se dice que la función principal de los ecosistemas respecto de nuestra especie es la producción de alimentos, y esta función se ha cumplido y mejorado sin cesar en las últimas décadas. La segunda hipótesis plantea que el desarrollo científico y tecnológico disocia y protege, en gran parte, el bienestar de la degradación de los ecosistemas. Y, finalmente, la tercera hipótesis asegura que existe un lapso de tiempo entre la degradación de los servicios de los ecosistemas y que esa degradación se haga patente para nosotros; es decir, la consecuencia no es inmediata.
Sin embargo, los autores, aún considerando estas tres hipótesis, no son muy optimistas respecto a nuestro futuro bienestar. Los datos sobre sequías, inundaciones y plagas nos son muy favorables para la producción de alimentos. La tecnología sólo nos separa del desastre ambiental en lugares y momentos muy concretos y es difícil, según los autores, a un nivel global. Y respecto al lapso de tiempo entre la degradación de un servicio y su influencia en la vida de nuestra especie, es una cuestión de adaptación a un entorno cambiante, quizá cada vez más frágil y hostil, y Raudsepp-Hearne dudan de que el hombre sea capaz de hacerlo.
*Raudsepp-Hearne, C. y 7 colaboradores. 2010. Untangling the environmentalist’s paradox: Why is human well-being increasing as ecosystems services degrade? BioScience 60: 576-589.