Seguro que ya lo han oído antes, pero cada vez que tropezamos con un niño que se pone pesado a la hora de comer, pensamos que la buena educación en la mesa y la sana costumbre de comer de todo se aprende en casa. Allí, con la familia, se ve comer a los adultos y se come lo que a uno le ponen en el plato. Y, por todo ello, tendemos a suponer que, si padres e hijos comen juntos, la dieta debe ser parecida. Pues no es así, estamos equivocados. Según estudios previos al que aquí vamos a tratar, las pruebas de que la dieta de padres e hijos se parecen son inconsistentes y erráticas. Estas dudas han llevado a Youfa Wang y sus colegas de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, ha revisar con un meta-análisis exhaustivo todo lo publicado sobre este asunto desde 1980 hasta la fecha.
Han encontrado 39 estudios que, en general, presentan los hábitos alimenticios de pocas personas. Las conclusiones son las que ya se tenían. El análisis conjunto nos lleva a lo mismo: la dieta de padres e hijos no se parece ni en componentes, ni en contenido energético, varía mucho de unas familias a otras y, por si fuera poco, los resultados estadísticos entre los trabajos publicados también son grandes.
Padres e hijos comen en la misma mesa casi siempre, pero no comen lo mismo. La dieta de los niños está influenciada por muchos factores externos a la familia: la comida de la escuela, lo que comen los amigos, lo que se come en el barrio, lo que dice el gobierno que deben de comer los niños en la escuela o lo que la industria alimentaria fabrica para adultos y niños y publicita a través de los canales más eficaces para que llegue a los niños y jóvenes. Lo que se come habitualmente en casa es otro factor entre muchos.
*Wang, Y., M.A. Beydoun, J. Li, Y. Liu &