Son tantos los boleros que cantan a las promesas de amor rotas que se puede uno preguntar si eso es lo habitual o sólo se rompen los compromisos en el amor, que nuestra cultura convierte en romántico y a menudo trágico y nuestra biología rebaja a prosaico éxito reproductor. Sin embargo, podemos averiguar, por la neurobiología, si hacer una promesa nos convierte, sin más, en futuros mentirosos.
El grupo de Thomas Baumgartner, de la Universidad de Zurich, ideó un experimento de esos que parece un juego pero que deja nuestras miserias, como especie, al aire más frío y cruel. Su intención era estudiar qué circuitos cerebrales se ponen en marcha cuando hacemos una promesa y, de rebote, encontraron los circuitos que nos indican que esa promesa la vamos a romper. Prometer, de manera fiable, es evolutivamente bueno para el grupo; provoca cooperación, colaboración y confianza pero, también, una promesa lleva en sí misma la posibilidad de la mentira y el engaño.
Nos cuenta Baumgartner que una promesa se hace en tres fases: primero la persona decide prometer (etapa de promesa); en segundo lugar, la persona analiza como la promesa afecta a sus relaciones con la otra persona (fase de anticipación); y, finalmente, en la fase de decisión, el sujeto, teniendo en cuenta la fase de anticipación, decide qué va a hacer con la promesa, cumplirla o romperla.
Utilizan un juego para estudiar estas hipótesis, un juego para dos jugadores. El jugador A recibe dos monedas y el jugador B ninguna. Si A le da a B sus dos monedas, este las quintuplica y recibe diez. Es decir, si A le da a B dos monedas, A no tiene nada y B tiene diez. Si A no le da a B sus dos monedas, entonces A tiene dos monedas, B no tiene ninguna y el juego se acaba. Entramos en la segunda fase del juego: si B le da a A cinco monedas, cada uno tiene cinco y ambos ganan; si B no le da monedas a A, entonces B tiene diez y A nada y el juego acaba. Antes de empezar B promete dar monedas a A siempre, casi siempre, a veces o nunca. Y, claro está, puede mantener su promesa o romperla. Todas las transacciones tienen lugar en un escáner para obtener la resonancia magnética del cerebro y saber qué zonas se activan.
El juego se hace con 24 universitarios y el primer resultado que se obtiene, casi de inmediato, es que los jugadores, casi todos, se distribuyen en dos grupos que podemos llamar “honestos” y “deshonestos” y agrupan a los que tienden a mantener las promesas y a los que no lo hacen. Hay unos pocos que a veces cumplen y otras no.
En cuanto a la actividad cerebral, en los “deshonestos” ya se activan en la fase de promesa, la primera del proceso de prometer, zonas del cerebro (ínsula anterior, corteza cingulada anterior, giro frontal inferior) que tienen que ver con los conflictos emocionales. Según los autores, estos sujetos, ya desde la fase de promesa, cuando están prometiendo, ya han decidido romper la promesa y, por ello, tienen un conflicto emocional. O sea, que se sienten mal y se activan las áreas cerebrales que tienen que ver con las emociones y los conflictos. En cambio, el cerebro de los “honestos”, mientras prometen, está mucho más calmado y con menos actividad.
En resumen, los que van a romper una promesa ya lo han decidido desde el mismo momento en que la hacen y el mal rollo que eso les supone, hace que su actividad cerebral les delate.
*Baumgartner, T., U. Fischbacher, A. Feierabend, K. Lutz & E. Fehr. 2009. The neural circuitry of a broken promise. Neuron 64: 756-770.