Fue Menandro, comediógrafo griego del siglo IV antes de Cristo, el que no sabía la razón que tenía cuando sentenció aquello de que “El sueño alimenta cuando no se tiene qué comer”. Si tenemos hambre, todo tipo de exquisitos platos vienen a nuestra mente y a nuestra conversación; soñamos, insalivamos, el estómago se agita y los intestinos son un estruendoso vacío tubular. Y, sin embargo, parece que estos sueños alimenticios son el mecanismo que nos alivia el hambre, por lo menos en parte. Menandro tenía razón y Carey Morewedge y su grupo, de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh, han conseguido corroborarlo.
El protocolo experimental, para 51 voluntarios, consiste en la repetición de 33 gestos que supongan movimientos similares. El grupo control mete 33 fichas en una lavadora de una lavandería; otro grupo mete 30 monedas e imagina comer 3 chocolatinas M&M; y el tercer grupo inserta 3 monedas e imagina comer 30 chocolatinas M&M. Después, se pone a disposición de los voluntarios un bol con chocolatinas M&M para que coman las que quieran.
Siempre, los que imaginan comer 30 chocolatinas, toman menos chocolatinas del bol, más o menos la mitad. Cuando se repite el experimento con queso cheddar, el resultado es le mismo. En fin, imaginar la experiencia es, en este caso, un sustituto de la experiencia real. En cambio, si imaginan comer chocolatinas M&M y después, en el bol, les dan queso cheddar, el consumo de este último es el habitual, no hay disminución de consumo. Por tanto, sólo se come menos del alimento imaginado; si se imagina uno y se come otro, el consumo es el normal. El consumo imaginado de un alimento no influye en el consumo real de otro alimento, precisión muy a tener en cuenta en el caso de que alguien organice su dieta de adelgazamiento basándose en la imaginación.
*Morewedge, C.K., Y.E. Huh & J. Vosgeran. 2010. Thought for food imagined consumption reduces actual consumption. Science 330: 1530-1533.