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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Bostezos

bostezo.

1. m. Acción de bostezar.

bostezar.

(Del lat. oscit?re).

1. intr. Hacer involuntariamente, abriendo mucho la boca, inspiración lenta y profunda y luego espiración, también prolongada y generalmente ruidosa. Es indicio de tedio, debilidad, etc., y más ordinariamente de sueño.

pandiculación.

(Del lat. pandicul?ri, desperezarse).

1. f. Acción y efecto de estirarse o desperezarse.

Todos los vertebrados bostezan, incluso los peces, aunque hay cierta polémica sobre ello, y este bostezar tan extendido confirma el origen evolutivamente antiguo de este comportamiento. Su conservación, sin variación evolutiva, indica su importancia fisiológica y en el comportamiento. Incluso bostezan los embriones humanos a las 12-15 semanas de la gestación. Es más, el feto bosteza entre 30 y 50 veces al día mientras que el adulto lo hace 20 veces. Gilles de la Tourette describió, en 1890, el caso de una mujer que bostezaba 480 veces por hora, más o menos 8 veces por minuto. Dura, en nuestra especie, entre 3 y 11 segundos, con una media de 6, y es muy estable para cada individuo durante semanas. Más o menos, bostezamos unas 240000 veces en nuestra vida, o sea, que dedicamos al bostezo cerca de 17 días completos. Y, encima, no hay quien lo pare pues una curiosa característica del bostezo es lo difícil que es interrumpirlo una vez que comenzado toda la secuencia de sucesos que lo completa.

Además, el bostezo se complica en la pandiculación, que es un bostezo más la extensión máxima de los cuatro miembros y de la cola, si la hay, llevando la cabeza hacia atrás. Como ven, bostezar y estirarse son acciones relacionadas.

Durante el bostezo, como nos cuenta Olivier Walusinski, del Gabinete Médico de Brou, en Francia, el diafragma se contrae al completo, provocando una amplia inspiración de aire a través de las vías respiratorias, abiertas al máximo lo mismo que la boca. El diámetro de la faringe se cuadruplica, y la contracción simultánea de los músculos que abren la boca y de los que la cierran explica las importantes tensiones que sufren las articulaciones de la mandíbula, incluso con posibles dislocaciones y otras lesiones. Además, la amplitud de abertura de la boca, en ocasión de un bostezo espontáneo, es más mayor que la abertura voluntaria máxima de la boca; y la oclusión que sigue al final del bostezo también es más fuerte que la oclusión voluntaria.

Los movimientos de la cabeza constituyen parte integral del ciclo de abertura y cierre de la boca necesario para la masticación, la elocución y el canto, pero también para el bostezo. Desde un punto de vista filogenético, abrir y cerrar la boca y, a la vez, mover la cabeza, tiene valor adaptativo pues ayuda a aferrar mejor las presas así como a defenderse y combatir. Todos estos complicados movimientos ya los hace el feto que, hemos dicho bosteza el doble que el adulto.

Podemos establecer desde ahora dos hechos que marcan los estudios sobre el bostezo: en primer lugar, hay dos clases de bostezo, uno fisiológico, relacionado con el sueño y la atención al entorno, y otro de función social o comunicativa y de interacción entre individuos; y, en segundo lugar, el bostezo es contagioso. Se considera que la función fisiológica es, desde el punto de vista evolutivo, la más antigua y que se da en todos los grupos con bostezo, y que, posteriormente, aparece la función de comunicación que sólo existe en algunos grupos. En nuestra especie, aproximadamente el 90% de los bostezos son fisiológicos y sólo el restante 10% son sociales.

Alguna función debe tener el bostezo, algún beneficio fisiológico tendrá la acción de bostezar. Hay varias hipótesis sobre esa función fisiológica y E.O. Smith, de la Universidad Emory de Atlanta las enumera: circulación del líquido cefalorraquídeo a los ventrículos cerebrales; provocar la secreción de una prostaglandina que reduce el sueño; expulsión de organismos infecciosos desde las amígdalas; asegurar y reforzar la unión de la mandíbula al cráneo; el aumento de presión en el tórax que provoca la contracción del diafragma que forma parte del bostezo, según algunos, ayudaría a la circulación de la linfa y, en consecuencia, a la acción del sistema inmune; o, a la vez o alternativamente, ordenaría y ventilaría todos los alveolos del pulmón y, por tanto, mejoraría el proceso respiratorio que, parece ser, es también una de las funciones del suspiro; relación con neurotransmisores y hormonas; o, como es de conocimiento popular, desatascar el oído al aumentar el diámetro de las vías respiratorias y, por ello, abrir las trompas de Eustaquio, y por lo mismo, no es raro ver a cantantes de ópera relajar su faringe por medio de bostezos. Es evidente la relación con el sueño pero los investigadores, con curiosa inconstancia, proponen, unos que da sueño, y otros, que lo quita. En fin, muchas hipótesis y escasas, muy escasas evidencias.

El bostezo social que, obviamente, es el contagioso, tal como ocurre con la risa, influye en el comportamiento de otros y, lo hace de tal manera que, en muchas culturas, es signo de mala educación pues expresa aburrimiento, indiferencia o, incluso, de desprecio.

El bostezo es contagioso, todo el mundo lo sabe, aunque también es cierto que sólo contagia a quien está en situación, algo distraído, quizá somnoliento, aburrido, poco atento, incluso el contagio es irregular pues a veces se responde al estímulo y otras no. El contagio del bostezo se ha descrito en nuestra especie y en chimpancés. En nuestra especie, los niños no son sensibles al contagio hasta los 6 años. Hay autores que aseguran que en nuestra especie es tan contagioso que sólo con observar, escuchar, leer o pensar en bostezos ya bostezamos. Entre los monos, bostezan un mayor número de veces los jefes que los subordinados. Y también los perros se contagian del bostezo, pero nuestro bostezo y no del bostezo de otros perros.

Parece que el contagio del bostezo ayuda a sincronizar el comportamiento del grupo, por lo menos en cuanto a la atención y vigilancia del entorno; de alguna manera, sincroniza la atención del grupo. Pero, tal como parece, el estado que lo provoca puede ser somnolencia, aburrimiento, indiferencia o quién sabe qué, hace que le bostezo sea un mensaje ambiguo al que, por lo menos conscientemente, hacemos poco caso.

En resumen, hay dos tipos de bostezo y el bostezo es contagioso; es muy antiguo y, a pesar del elevado gasto energético que supone y del peligro de desencajar la mandíbula, se mantiene en todos los vertebrados e incluso ha evolucionado hasta el bostezo social. Alguna ventaja, fisiológica o social, debe tener, pero todavía no es evidente.

Para finalizar, Wolter Seuntjens, de la Universidad Libre de Amsterdam y doctor gracias a una tesis sobre el bostezo, ha fundado la Chasmología o ciencia del bostezo y organizado el Primer Congreso Mundial de Chasmología en París (por cierto, no he conseguido averiguar la etimología de chasmología, ¿alguien me puede ayudar?). Según establece el fundador, la Primera Ley de la Chasmología establece que se produce un bostezo cuando a), el bostezante no puede hacer lo que quisiera hacer, o b), cuando el bostezante tiene que hacer algo que preferiría no hacer. Seuntjens considera que de estos dos apartados de la Primera Ley se deduce el valor erótico o los aspectos sexuales del bostezo. Relata que estableció esta Ley a partir de los hechos que le relataban sus amigos sexólogos y que se referían al gran número de personas que acudían a sus consultas relatando como sus parejas bostezaban al hacer el amor. Según Seuntjens, estos bostezos dieron lugar a los dos apartados de la Primera Ley: o no hacían lo que querían, o hacían lo que no querían. Además y por otra parte, no sería la primera vez en que se describe el bostezo como un miniorgasmo. Punto final.

*Gallup, A.C. 2010. Why do we yawn? Primitive versus derived features. Neuroscience and Biobehavioral Reviews doi:10.1016/j.neubiorev.2010.09.009

*Guggisberg, A.G., J. Mathis, A. Schnider & C.W. Hess. 2010. Why do we yawn? Neuroscience and Biobehavioral Reviews 34: 1267-1276.

*Seuntjens, W. 2010. The hidden sexuality of the yawn and the future of Chasmology. Frontiers of Neurology and Neuroscience 28: 55-62.

*Smith, E.O. 1999. Yawning: An evolutionary perspective. Human Evolution 14: 191-198.

*Walusinski, O. 2006. Neurofisiología del bostezar y estirarse: su ontogenia y filogenia. Electroneurobiología 14: 175-202.

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