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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Bañera

Les propongo un experimento en el que ustedes, queridos y pacientes lectores, serán los animales de experimentación. Allá va: llenen la bañera de agua fría y metánse dentro. Estos días de calor hasta lo agradecerán; así se refrescan, además de hacer un poco de biología recreativa. Ahora, y si tienen ducha con manguera mucho mejor, metan la cebolleta de la ducha bajo el agua de la bañera y abran el grifo para que el agua caliente fluya suavemente. Y reposen; pueden echar sales de baño o algún mejunje relajante pues no interfiere en el experimento.

El agua se mantendrá fresca durante un rato y, casi de repente, notarán un poco más de calor, sólo calorcillo por ahora. Aguanten en la bañera, no pasará mucho tiempo antes de que sientan algo más de calor. La cosa mejora. Y llegará el momento en que sentirán que la temperatura del agua ha mejorado un montón y que, por fin, se puede empezar a pensar en un baño cálido y relajante. El agua sigue fluyendo. Y cuando uno más a gusto está, se siente que el agua está demasiado caliente y que uno, si se descuida, acaba pasando a ser langostino cocido. En ese instante se debe abandonar el experimento; la sensación ya no es agradable. Mejor dejarlo y recapitular las sensaciones.

Es curioso, pero, ahora que lo piensan, no han sentido que la temperatura suba sin prisa pero sin pausa sino que, más bien, la sensación agradable mejoraba como a saltos. Quizá piensa que, en esa situación tan relajante y tranquila, se quedaba algo traspuesto en la bañera y sólo medio despertaba de vez en cuando. Pues no, tiene razón, la sensación de cambio de temperatura la detectamos a saltos. Raf Schepers y Matthias Ringkamp, de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, por una parte, y Makoto Tominaga, del Instituto Nacional de Ciencias Naturales de Okazaki, en el Japón, por otra, nos lo explican.

Recuerden que nuestros sentidos, aquellos que ya hemos visto que a veces nos engañan, son los que traducen lo que ocurre en el exterior o en el interior de nosotros mismos a lenguaje de sistema nervioso y, así, somos conscientes de ello. Aquello para lo que no tenemos receptor, no existe para nosotros. Por ejemplo, la luz por encima del ultravioleta o debajo del infrarrojo, o los sonidos muy graves o muy agudos. Y con la temperatura ocurre igual.

Los receptores de temperatura se llaman TRP (del inglés, Transient Receptor Potential); son proteínas de la membrana de las células que cambian de forma a determinadas temperaturas. Se han descrito varios, y tomen nota de las temperaturas a las que se activan: menos de 17ºC, el TRPA1; menos de 25-28ªC, TRPM8; más de 27-35ºC, TRPV4; más de 34-38ºC, TRPV3; más de 43ºC, TRPV1; más de 52ºC, TRPV2. Ahora ya se pueden preguntar si en la bañera aguantaron hasta los 43ºC o hasta los 52ºC.

Y, por cierto, como siempre nuestros sentidos nos engañan: recuerden que la capsaicina, la proteína picante de guindillas y demás pimientos, se unía al TRPV1, es decir, el picante lo sentimos como una quemadura por encima de 43ºC en la lengua. O, por el contrario, el mentol o el eucaliptol se unen al TRPM8 y de ahí el frescor que sentimos.

*Schepers, R.J. & M. Ringkamp. 2010. Thermoreceptors and thermosensitive afferents. Neuroscience and Biobehavioral Reviews 34: 177-184.

*Tominaga, M. 2008. Thermal sensation (cold and heat) through thermosensitive TRP channel activation. The Senses: A Comprehensive Reference 5: 127-131.

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Por Eduardo Angulo

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