Hace unas semanas hablábamos aquí de la leche de soja y de los estrógenos que contiene, entre ellos la genisteína. Estos compuestos pertenecen al metabolismo de los esteroides, se relacionan con el sistema endocrino, actúan como hormonas y regulan, entre otros, el funcionamiento del sistema reproductor. Por otra parte, los esteroides aparecen en muchos seres vivos y son tan parecidos que los de una especie, sea animal o planta, puede interferir en el metabolismo de los esteroides de otra. Así ocurre con la genisteína de la soja y su influencia en el sistema reproductor de la especie humana. Esta línea de investigación comenzó en los sesenta cuando John Daly y su grupo, de los Institutos Nacionales de la Salud de Bethesda, descubrieron el potente veneno batracotoxina, un esteroide unas 250 veces más tóxico que la estricnina, en la ranita del Amazonas Phyllobates bicolor. Posteriormente, encontraron el mismo compuesto en las únicas aves venenosas conocidas, pertenecientes al género Pitohui, y que se encuentran en Nueva Guinea. Ya en 2004 han anunciado el aislamiento de la batracotoxina en unos escarabajos, también de Nueva Guinea, del género Choresine. Además, compuestos muy parecidos se han encontrado en plantas, entre ellas el eléboro negro o rosa de Navidad (Helleborus niger). Es obvio que al ser la misma molécula o muy parecida, la batracotoxina, que actúa sobre la membrana de las células, se puede intercambiar entre estas especies y es tóxica para muchas otras precisamente porque se parece a moléculas propias de ellas. Y por eso es tóxica; una molécula absolutamente extraña para una especie no será tóxica porque no interfiere en su metabolismo.