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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Efecto Mozart

Todo empezó en 1993 en la Universidad de California en Irvine. En el laboratorio de Frances Rauscher y su grupo pusieron los 10 primeros minutos de la Sonata para dos pianos en Do mayor de Mozart (K. 448) a 36 estudiantes, a la vez que ponían música de relajación o, simplemente, silencio, a otros dos grupos control. Inmediatamente después, todos ellos respondían a los cuestionarios pertinentes para medir su Cociente de Inteligencia (CI) espacial. Según los resultados, los que escucharon a Mozart obtuvieron de 8 a 9 puntos de CI más que los dos grupos control (119, 111 y 110 respectivamente). Esta mejora es temporal y se vuelve a la situación inicial unos 10-15 minutos más tarde. Este trabajo, publicado en Nature, llegó a través de los medios de comunicación hasta el gran público y no tardó en ser conocido como el “Efecto Mozart”.

Años más tarde, en 1997, el mismo grupo de Rauscher publicó un nuevo trabajo en el que se demostraba que el entrenamiento musical, no sólo producía una mejora temporal de CQ espacial, sino que, además, intensificaba el razonamiento espacio-temporal en niños en edad preescolar mucho mejor que el uso del ordenador. El experimento se hizo con 78 niños de los que 34 recibieron enseñanza musical, 20 aprendieron el uso del teclado del ordenador y el resto sirvieron de control de los dos primeros grupos. Por lo tanto, para Rauscher y su grupo la música mejora el CQ espacio-temporal de manera permanente, o como proponen, reestructura los circuitos de neuronas del cerebro, provocando cambios a largo plazo.

Sin embargo, repetir los resultados conseguidos por Rauscher no ha sido fácil; a veces salen, a veces no salen, y esto es un problema. De ser cierto el Efecto Mozart, su experimento debería ser reproducible más o menos siempre que se intentara, ajustando cada vez más las condiciones de la prueba y desvelando los factores que influyen sobre la mejora que la música produce en las habilidades e inteligencia de las personas. Kenneth Steel y sus colegas, de la Universidad Estatal de los Appalaches, de Boone, Carolina del Norte, repitieron el experimento de Rauscher e, incluso con su ayuda, no consiguieron repetir los resultados. Por ello, califican al Efecto Mozart de “misterio”.

A la vez, Christopher Chabris, de la Universidad de Harvard, publicó en Nature un meta-análisis (es decir, un análisis conjunto de todo lo publicado) sobre los 16 trabajos divulgados hasta 1999 sobre el Efecto Mozart. La conclusión es que, de existir el citado efecto, su funcionamiento es intermitente, quizá por centrarse en el cerebro en una utilización compartida del hemisferio derecho. Compartida en este caso quiere decir que cuando al cerebro se le impone otra tarea, el Efecto Mozart desaparece. De todas formas, y tal como decía Steele, el experimento de Rauscher tiene resultados intermitentes.

Pero han pasado más de 10 años desde estos trabajos que no dejan el Efecto Mozart en un buen lugar sino, más bien, entre el ser y el no ser. Pero, por supuesto, se ha seguido investigando el asunto y ahora es indiscutible, y volveré sobre este asunto en otra entrada de este blog, el cerebro es permeable a la música y responde a ella con una plasticidad extraordinaria y no de una manera tan simple como parecía pronosticar el experimento de Rauscher. Como ejemplo, veamos dos artículos recientes. En 2008, Teppo Sarkamo y su grupo, de la Universidad de Helsinki, publicaron un esperanzador artículo que demostraba que los afectados por un derrame cerebral mejoraban, a los seis meses, más que el grupo control cuando escuchaban música (como mínimo, una hora al día) por lo menos durante dos meses. Y no tenía que ser de Mozart, simplemente música de su gusto.

Y el último artículo, de Ronit Lubetzky y sus colegas del Centro Médico Sourasky de Tel-Aviv, trata de los efectos de la música de Mozart sobre bebés. Como ven, casi volvemos al principio, a los niños del experimento de Rauscher. Desde 1993 a 2010 (el trabajo se ha publicado el 9 de febrero) se ha confirmado que la música, en los bebés, reduce el estrés, el ritmo cardíaco, el cortisol en la saliva (recuerdan, es la hormona típica del estrés), aumenta la toma de oxígeno, la frecuencia de mamar e, incluso, engordan más los bebés. Los autores demuestran que cuando se les pone música de Mozart sólo durante media hora en dos días consecutivos (de un CD que se titula, apropiadamente, Baby Mozart CD), los bebés disminuyen en un 10% su consumo energético en reposo y, seguramente, por eso engordan. O sea, que ya están avisados: por lo menos en bebés, la música de Mozart relaja tanto que hasta engorda (¿o es pecado?).

*Chabris, C.F. 1999. Prelude or requiem for the “Mozart effect”? Nature 400: 826-827.
*Lubetzky, R., F.B. Mimouni, S. Dollberg, R. Reifen, G. Ashbel & D. Mandel. 2010. Effect of music by Mozart on energy expenditure in growing preterm infants. Pediatrics 125: e24-e28.
*Rauscher, F.H., G.L. Shaw & K.N. Ky. 1993. Music and spatial task performance. Nature 365: 611.
*Rauscher, F.H., G.L. Shaw, L.J. Levine, E.L. Wright, W.R. Dennis & R.L. Newcomb. 1997. Music training causes long-term enhancement of preschool children’s spatial-temporal reasoning. Neurological Research 19: 2-8.
*Sarkamo, T., M. Tervaniemi, S. Laitinen, A. Forsblom, S. Soinila, M. Mikkonen, T. Autti, H.M. Silvennoinen, J. Erkkila, M. Laine, I. Peretz & M. Hietanen. 2008. Music listening enhances cognitive recovery and mood after middle cerebral artery stroke. Brain 131: 866-876.
*Steele, K.M., K.E. Bass & M.D. Crook. 1999. The mystery of the Mozart Effect: Failure to replicate. Psychological Science 10: 366-369.

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