Durante las últimas décadas han aumentado el número de coches, los conductores agresivos, los accidentes de tráfico y, sobre todo, el número de muertos. También se han construido nuevas carreteras, de más calidad y con menos peligros. Sin embargo, sólo en los últimos años y a base de control, sanciones y educación, se ha conseguido que bajen, o que por lo menos no aumenten, las cifras de accidentes y de víctimas y no sólo en algunos países. La conducción agresiva es una de las causas principales de los accidentes y, por lo que implica esta conducta, de las muertes en la carretera. Conocer por qué se da este tipo de conducta sería de gran ayuda en los programas de prevención de accidentes.
Es conocido de todos como algunas personas, y no son pocas, se transforman al coger el volante. Se convierten en conductores agresivos y llenos de ira que descargan, a menudo sin venir a cuento, en otros coches y, por supuesto, en otros conductores. Parece que esta agresividad se basa en una conducta biológica de mucho calado y antigüedad en nuestra especie: la defensa del “nuestro” territorio y, en concreto, de nuestro “coche” y de nuestro “lugar” en la carretera. Conocer los factores que disparan esta conducta territorial sería, como he dicho, de gran interés para prevenirla en lo posible.
Investigadores de la Universidad Estatal de Colorado en Fort Collins, encabezados por Jacob Benfield, en un trabajo previo no publicado, descubrieron que el 55% de los conductores identifican su vehículo con un sexo, sea masculino o femenino, y que cerca del 34% bautizan su coche con un nombre concreto. Y, además, después de asignar sexo y nombre al coche también le dotan de una determinada personalidad (por cierto, según los autores, los criadores de caballos hacen lo mismo). Ahora, los autores se preguntan si quien tiene un coche extrovertido tendrá una conducción más agresiva o si quien tiene un coche algo tímido es más bien cuidadoso y educado al volante. O si la personalidad del coche refleja la del conductor o viceversa o, quizá, no tienen nada que ver.
Para contestar a estas preguntas, desarrollan un cuestionario que trata de averiguar tanto la personalidad del conductor como la que él mismo atribuye a su coche. Pasan el cuestionario a 119 mujeres y 84 hombres, de 17 a 43 años, y que tienen su coche desde hace dos semanas hasta desde hace quince años. Por cierto, ni uno sólo de los encuestados comentó que le parecía ridículo preguntar por el sexo y la personalidad de su coche.
Los resultados demuestran que las personalidades de conductor y coche están relacionadas pero son diferentes; no es tan sencillo como que el conductor proyecta su personalidad sobre su coche. En realidad, la propia tendencia a humanizar el vehículo (antropomorfizar es el término técnico) indica una cierta tendencia a la conducción agresiva. Por ello, los conductores de coches con sexo son más agresivos de palabra, físicamente, en el uso del coche, en una conducción airada y en un modo de pensar despreciativo hacia los demás conductores, aunque todo esto no ocurre con los coches de sexo femenino. Incluso hay casos en que la conducta agresiva al conducir la revela con más claridad la personalidad atribuida al coche que la propia del conductor. Y, como se suponía, se confirma que los conductores extrovertidos pueden ser los más agresivos, mientras que los tímidos conducen con más prudencia y educación.
En el estudio de Benfield, el número de conductores que asignan un sexo a sus coches es del 47.3%, con una mayoría de mujeres, el 27.9%, sobre los hombres, el 19.4%. El 26.1% les da nombre; los apelativos más habituales son Lolita, Sweat-Box of Death, Herbie, Silver Bullet, Contessa, Mini-Pimp y Jolly Green Giant. No hay relación entre la agresividad al conducir y que el nombre atribuido al coche sea más o menos “agresivo”.
*Benfield, J.A., W.J. Szlemko & P.A. Bell. 2007. Driver personality and anthropomorphic attributions of vehicle personality relate to reported aggressive driving tendencies. Personality and Individual Differences 42: 247-258.