24 imágenes por segundo es la velocidad mínima de paso para que veamos una película como escenas en movimiento. Más de 24, mejora la visión; menos de 24 y es como una proyección de fotogramas. Nuestro ojo, que es poco más (y nada menos) que un buen sistema óptico de captación de imágenes, lo ve todo pero es en el cerebro donde realmente “vemos” cuando reconstruimos lo que el ojo ha visto y llega a través de las neuronas. En resumen, el cerebro reconstruye la escena en movimiento a partir de imágenes que no tienen movimiento a base de rellenar los huecos entre una imagen y otra (o quizá deteniendo el borrado de una imagen hasta que llega la siguiente). Y, si esto es lo que hace el sentido de la visión, ¿pasará lo mismo con los otros sentidos?
Somos primates y, por lo tanto, más que nada vemos. Oímos peor y, sin embargo, para Lars Riecke y su grupo, de la Universidad de Maastricht, en Holanda, este ha sido el sentido elegido para continuar esta investigación. Por ejemplo, pensemos en una discoteca con una música ensordecedora, y nunca mejor dicho en este contexto. Casi no oímos nada con tanto ruido pero, a pesar de ello, somos capaces de seguir una conversación (mal que bien; yo sobre todo mal, y además acabo afónico). Es imposible, en ese ambiente, que oigamos todo lo que nos dicen. Y, sin embargo, lo hacemos. Pero, y es paradójico, para reconstruir la continuidad de la conversación necesitamos el ese ruido de fondo. Si un sonido es interrumpido por un silencio, lo notamos de inmediato; si un sonido es interrumpido sobre un ruido de fondo, lo reconstruimos en el cerebro.
Es en la corteza auditiva del cerebro donde de verdad oímos, donde reconstruimos la información que llega de los oidos, tal como hemos visto que pasa con la visión. El oido es, como el ojo, un sistema físico para recibir y traducir sonidos al lenguaje de nuestro sistema nervioso. Es, por tanto, en el cerebro donde oímos. Incluso se activa la corteza auditiva con los sonidos que faltan, con los sonidos que no existen nada más que en nuestra cabeza, con los sonidos que dan sentido a nuestra imposible conversación en la discoteca. La corteza auditiva no sólo nos hace oir sino que agrupa lo que no hemos oído con lo que hemos oído y, de esta forma, reconstruye la escena auditiva completa.
La discontinuidad entre los sonidos para que el cerebro la pueda completar debe ser, según Riecke y su grupo, menor de 1400 milisegundos (aproximadamente segundo y medio), el ruido de fondo no debe de bajar de los 2 decibelios y el ancho de banda entre 0,5 y 0,75 octavas. Todos estos datos de Riecke quizá se puedan completar con la interpretación que otro grupo, el de Josh McDermott, de la Universidad de Minnesota en Minneapolis, da a este mecanismo que hace audible lo que no oímos. El ruido de fondo no tiene porque ser un ruido puro, lo que se denomina un ruido blanco, sino más bien puede ser una compleja suma de sonidos que nos llegan de múltiples fuentes. Esta imagen se aviene mejor con una interpretación a partir del comportamiento y la evolución de una especie animal. Imaginemos un bosque y allí, recogiendo semillas y frutos entre los árboles, uno de nuestros antepasados. El ruido del viento, unas cuantas sabandijas que se mueven alrededor, otros miembros de la tribu van de aquí para allá, las hojas que caen y, entre todos esos sonidos, una ramita que se rompe porque se acerca un más que probable depredador. Para sobrevivir hay que separar este último ruido de todos los demás, y hay que completarlo puesto que es imposible que lo hayamos oído con claridad. El antepasado que lo consiga, pega un brinco a la rama del árbol más cercano, avisa a sus compañeros y se salva. Y, de esta manera, se pone en marcha el mecanismo que millones de años después nos permite entendernos en una discoteca.
Además, hasta la desaparición del sonido de fondo, es decir, hasta el silencio que no permite reconstruir las interrupciones, puede ser valioso. Es lo que ocurre cuando la alarma llega al grupo de nuestros antecesores al acercarse un depredador que es detectado por otras especies que, repentinamente, dejan de moverse, cantar, llamarse o lo que sea que estaban haciendo. El silencio total, en este caso, es tanto o más ruidoso que el propio ruido. Tanto el ruido como el silencio son valiosos para nuestra supervivencia.
*McDermott, J.H. & A.J. Oxenham. 2008. Spectral completion of partially masked sounds. Proceedings of the National Academy of Sciences USA 105: 5939-5944.
*Riecke, L., D. Mendelsohn, C. Schreiner & E. Formisano. 2009. The continuity illusion adapts to the auditory scene. Hearing Research 247: 71-77.
*Riecke, L., A.J. van Opstal & E. Formisano. 2008. The auditory continuity illusion: A parametric investigation and filter model. Perception & Psychophysics 70: 1-12.
*Riecke, L., A.J. van Opstal, R. Goebel & E. Formisano. 2007. Hearing illusory sounds in noise: Sensory-perceptual transformations in primary auditory cortex. Journal of Neuroscience 27: 12684-12689.