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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Flechazo

Volvamos a la mosca de la fruta, la famosa Drosophila melanogaster. Lisa McGraw y su grupo, de la Universidad Cornell de Ithaca, en Nueva York, intentan demostrar, nada menos, si en estas moscas existe el amor a primera vista. Ya hemos visto que la cópula cambia la conducta de la hembra; en el genoma, estos cambios post-cópula suponen variaciones en la actividad de unos 1700 genes. Para estudiar este fenómeno, McGraw pone en marcha un experimento en el que cruza machos y hembras de dos linajes de moscas, los llamados Canton-S y Oregon-S. Realmente no hay diferencias en los genes expresados (esos 1700) y en las conductas de las hembras de ambos linajes sea cual sea el linaje de machos con el que se crucen. Sin embargo, los investigadores obtienen otro resultado quizá no esperado: las hembras de ambos linajes prefieren cruzarse con los machos Canton-S o, alternativamente, no lo sabemos con seguridad, son estos machos Canton-S más hábiles en convencer a las hembras de ambos linajes para que sean su pareja. Y como los genes que se expresan no cambian en las hembras a causa de la cópula, de haber alguna diferencia para atraer a los machos Canton-S y, viceversa, para ser atraídas las hembras por esos machos, este cambio debía existir previamente al inicio de la conducta para la reproducción. Y, se supone, esas características genéticas previas serán las causantes del “flechazo” de las hembras de ambos linajes con los machos Canton-S y, a la vez, de los machos Canton-S por los dos linajes de hembras. Y los machos del otro linaje, los Oregon-S, se quedan a dos velas; no tienen la expresión de los genes apropiados. En resumen, el amor a primera vista (o al primer olor, quién sabe) existe en las moscas de la fruta.

El “flechazo” de las moscas es el equivalente a nuestro amor romántico a primera vista. Un intenso amor existe, casi con toda seguridad, en todas las sociedades que forman nuestra especie: cuando los antropólogos han preguntado por este amor en 166 culturas actuales, han encontrado pruebas de su existencia en 147 de ellas y, en las que no hay pruebas, es más bien porque los encuestadores no han sabido hacer las preguntas apropiadas, es decir, porque existe un problema de comunicación.

Hace unos años, Arthur Aron y su grupo, de la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook, averiguaron la respuesta del cerebro a la presencia del ser amado. A 10 hombres y 7 mujeres, que se declaran intensamente enamorados, les enseñan imágenes del ser amado y de otra persona conocida sin más y, a la vez, les miden la actividad cerebral. Los autores encuentran que, en el cerebro de los enamorados cuando ven la imagen de la persona amada, se activan zonas del cerebro ricas en el neurotransmisor dopamina (recordad que es una de las sustancias químicas que actúa para comunicar unas neuronas con otras) y que son conocidas por estar relacionadas con la motivación y la recompensa placentera; en concreto son el área tegmental ventral derecha y el núcleo caudado derecho, más o menos situados en el centro del cerebro, como se ve en la imagen superior. Son áreas por debajo, más dentro del cerebro, que la corteza, siendo ésta la que nos distingue como primates y como humanos; es decir, las áreas implicadas en el enamoramiento son antiguas en la evolución y, seguramente, existen en otros mamíferos. Es el enamoramiento, el amor romántico, el flechazo, algo que nos llega de nuestra base biológica; quizá el amor que viene después de la pasión esté más relacionado con la inteligencia o la moral; no lo sé, tengo que buscar datos para averiguarlo.

Por ello, y para terminar, Dan Stein y Bavanisha Vythilingum, de la Universidad de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, en una breve y contundente revisión de lo que hasta ahora se sabe sobre el amor romántico, terminan su texto asegurando que las parejas entre humanas, aunque más complejas que en los animales, se basan en la química y en los circuitos del cerebro que hemos conservado evolutivamente de nuestros antecesores. Conceptos abstractos, como belleza y amor, están incluidos en estructuras más básicas y más antiguas. Pero debemos ser conscientes de que las elecciones sexuales en nuestra especie contribuyen esencialmente al andamiaje de la naturaleza humana. Por ello, añaden los autores, esta es una línea de investigación que debe continuar con tesón y apoyo.

*Aron, A., H. Fisher, D.J. Mashek, G. Strong, H. Li & L.L. Brown. 2005. Reward, motivation, and emotion systems associated with early-stage intense romantic love. Journal of Neurophysiology 94: 327-337.
*McGraw, L.A., G. Gibson, A.G. Clark & M.F. Wolfner. 2009. Strain-dependent differences in several reproductive traits are not accompanied by early postmating transcriptome changes in female Drosophila melanogaster. Genetics 181: 1273-1280.

*Stein, D.J. & B. Vythilingum. 2009. Love and attachment: The psychobiology of social bonding. CNS Spectrum 14: 239-242.

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