Ya he escrito varias entradas sobre la música y el efecto que produce en nuestra especie. Algún día escribiré sobre el cerebro adulto de los músicos pero hoy, siguiendo la línea de lo último que escribí, os voy a exponer algunos trabajos sobre la influencia de la música en nuestro cerebro y en nuestra conducta. Es evidente, lo hemos visto en muchas entradas de este blog, que nuestro cerebro tiene una extraordinaria capacidad para cambiar y adaptarse a lo que pide nuestro entorno y, entre estas demandas puede estar, por ejemplo, el tocar un instrumento musical y el entrenamiento que supone. Krista Hyde y su grupo, de la Universidad McGill de Québec, en Canadá, han estudiado el efecto que produce aprender a tocar el piano, sobre 15 niños del área de Boston con una edad de más o menos 6 años, a base de clases semanales en casa de media hora de duración durante 15 meses. Los niños no tenían ninguna preparación musical previa. El grupo de control, de 16 niños de parecida edad, recibe clases de música en la escuela, cantando y tocando campanas y tambores. Los niños que reciben las clases de piano presentan mejoras evidentes, a los 15 meses, en sus habilidades motoras relacionadas con la música y en su sentido auditivo, y las zonas del cerebro implicadas en estas tareas son mayores que en el grupo control. Hay que resaltar que los niños de ambos grupos tienen la misma estructura cerebral al comenzar el estudio, lo que implica que, en principio y según los resultados de este trabajo, los músicos no nacen sino que se hacen (Mozart a los 5 años ya componía, ¿cómo sería la estructura de su cerebro?), y los cambios que se observan en el cerebro se deben más al entrenamiento intensivo que a diferencias previas.
Si seguimos los últimos estudios en la dirección que nos hemos marcado, encontramos que Liora Bresler, de la Universidad de Illinois en Champaign, que es, a la vez, pianista y profesora de música y profesora en la Facultad de Educación, ha unido música y educación y, como resultado, afirma que la música es uno de los mejores entrenamientos para hacer ciencia y docencia. La práctica de la música implica mejoras en la percepción, en la conceptualización y en el compromiso, tanto en los que escuchan como en los que practican, y son las mismas cualidades que se necesitan en el ejercicio de la investigación. Así, términos como fluidez o improvisación sirven tanto para la música como para la ciencia. Bresler añade que también la docencia puede aprender mucho de la música; una clase bien dada tiene, como la música bien interpretada, armonía, ritmo, tensión y dinámicas de mucha y poca intensidad. Al preparar una clase, el profesor estructura un guión pero el buen profesor no se siente atado a él y, a veces lo sigue y otras improvisa y adapta, según la situación lo requiera. Muy recomendable para leer y meditar este artículo de Liora Bresler.
Además, el trabajo de Daniel Strait y sus colegas, de la Universidad del Noroeste en Evanston, que demuestra que los músicos procesan muy bien las expresiones vocales de emoción, también nos ayuda a comprender que, como dice, Liora Bresler, la música ayude a dar clase. Strait trabaja con adultos entre 19 y 35 años, de los que 11 han estudiado música hasta los 7 años y los otros 15 lo han hecho durante más de 10 años. Los sujetos escuchan el grito desesperado de un niño en diferentes versiones, unas más complejas que otras en cuanto a su acústica. Los que tienen más experiencia musical responden con rapidez a los gritos más complejos y desesperados mientras que, ante los gritos más simples y repetitivos, su respuesta es más baja. Según los autores, los músicos expertos tienen mejores y más eficaces respuestas cerebrales que, por otra parte, están unidas muy estrechamente con los estímulos acústicos que tienen que ver con respuestas emocionales. En resumen, que un músico entrenado está preparado para responder a la emoción inducida por una obra musical y, de la misma forma, a responder al grito desesperado de un niño: en ambos casos, la respuesta es una emoción. Y, por lo tanto, percibirá mejor la respuesta que su docencia provoca en los alumnos y le será más fácil ser empático con sus emociones, trucos todos ellos que van llenando la “mochila” que un buen profesor lleva a la espalda y que va cargando con la experiencia. Añado, como reflexión personal, que sólo por el peso de esa “mochila” merece una rápida y feliz jubilación.
*Bresler, L. 2009. Research education shaped by musical sensibilities. British Journal of Musical Education 26: 7-25.
*Hyde, K.L., J. Lerch, A. Norton, M. Forgeard, E. Winner, A.C. Evans & G. Schlaug. 2009. Musical training shapes structural brain development. Journal of Neuroscience 29: 3019-3025.
*Strait, D.L., N. Kraus, E. Skoe & R. Ashley. 2009. Musical experience and neural efficiency – effects of training on subcortical processing of vocal expressions of emotion. European Journal of Neuroscience 29: 661-668.