Todo el mundo lo sabe: cuando se pierde la orientación, se acaba caminando en círculos. O, como se dice vulgarmente, cuando se pierde el norte… Y, como mucho de lo que dice la sabiduría popular y que, en realidad, es experiencia, este asunto de los círculos también parece que es cierto. Jan Souman y su grupo, del Instituto Max Planck de Biología Cibernética de Tubingen, en Alemania, han estudiado el deambular de varias personas en el desierto del Sáhara, en Túnez, y en el bosque de Bienwald, en Alemania. Grababan sus movimientos por medio de GPS y analizaban sus trayectorias en el ordenador.
Los investigadores descubrieron que mientras haya algún sistema de corregir el rumbo, como el sol, la luna, algún accidente geográfico o cualquier otro hito en el paisaje, se puede caminar en línea recta. Pero si, por ejemplo, se ocultaba el sol entre las nubes o se vendaban los ojos a los participantes, de inmediato, comenzaba el caminar en círculos. Incluso en círculos tan estrechos como de un diámetro menor de 20 metros. Existían, antes de este trabajo, varias hipótesis para explicar esta deriva siempre hacia un lado: que una pierna es más fuerte que la otra o que una es más corta que la otra, etcétera. Pero no es así puesto que los círculos, en la misma persona, a veces son hacia la izquierda y otras hacia la derecha.
Los autores sugieren que nuestro sistema sensorial, es decir, los sentidos que dirigen nuestro sistema de observación y nos indican si hay que corregir la orientación tienen un ruido de fondo, una serie de señales pequeñas y contradictorias que, si existe una señal más potente como las que he nombrado (sol, luna, accidente geográfico, etcétera), elimina ese ruido; pero, si la señal potente desaparece, sólo queda el ruido de fondo que poco a poco nos va desorientando. Lo curioso es que parece hacerlo, en cada caso, hacia un mismo lado.
*Souman, J.L., I. Frissen, M.N. Sreenivasa & M.O. Ernst. 2009. Walking straight into circles. Current Biology doi:10.1016/j.cub.2009.07.053