Es época de sol y playa, de vacaciones, de viajes y de descanso. Pero, cuidado, hay precauciones que tomar. La playa, tan animada y llena de niños jugando y ancianos paseando, de jóvenes ligando bronce y todo lo que se ponga a tiro, de madres leyendo el Hola y padres casi bizcos de tanto mirar por el rabillo del ojo, de tortilla de patatas, cerveza, chiringuito y paella, y de arena, para tumbarse a tomar el sol y estropear la comida, para que pique en la piel quemada y para jugar a hacer castillos o a enterrarse en ella. Pero Christopher Heaney y su equipo, de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, nos avisan que en la arena se esconden peligros que, no por sospechados, son menos peligrosos. Investigaron en siete playas de Estados Unidos durante los años 2003 al 2005 y 2007 y preguntaron a los playistas si habían cavado en la arena o se habían enterrado en ella. De diez a doce días después, les llamaron por teléfono y les preguntaron por su salud, sobre todo en relación con el sistema digestivo. Así, los autores completaron 27365 entrevistas.
Una vez estudiados los datos, descubrieron que cavar en la arena está relacionado con un aumento de las enfermedades gastrointestinales (un 13%), y el aumento fue todavía mayor si se habían enterrado en ella (hasta un 23%) y, sobre todo, en niños, que son quienes más juegan con la arena. En caso de entierro, aumentaban la gastroenteritis y la diarrea. Otras enfermedades que los entrevistados declaraban haber padecido no guardaban relación con su contacto con la arena. Además, Heaney y su grupo encontraron que no todas las playas eran igual de peligrosas para la salud de los bañistas; seguramente, esta diferencia tenía que ver con la calidad de las aguas y con la limpieza de la playa, aunque todas las incluidas en el estudio cumplían los niveles estándar de calidad exigidos por la legislación.
*Heaney, C.D., E. Sams, S. Wing, S. Marshall, K. Brenner, A.P. Dufour & T.J. wade. 2009. Contact with beach sand among beachgoers and risk of illness. American Journal of Epidemiology 170: 164-172.