Muchos de vosotros, en los comentarios a las entradas de este blog, os preocupais de que resultados como aquellos que explico, con los que veo que no estáis de acuerdo, han sido certificados por científicos y no hay más remedio que aguantarse y aceptarlos. Y no debe ser así; si hay algo a lo que aplicar el escepticismo y no la fe, ese algo es la ciencia. La ciencia nunca está acabada, siempre queda por hacer y, en el caso imposible de que consideraramos el fin de la ciencia, como algún autor ha hecho, siempre nos quedará la duda, la discusión y el repaso de todo lo hecho hasta el momento. La ciencia es crítica, discusión y debate; así avanza, sobre los aciertos y los errores de los que nos precedieron con su labor. Siempre apoyados en el trabajo de otros científicos, plantear nuevas hipótesis, experimentar para demostrar su certeza, proponer nuevas hipótesis y seguir adelante. Recordad que cuando Einstein publicó su teoría de la relatividad, se consideraba que la Física era una ciencia completa y finalizada en la que casi nada quedaba por hacer. O en 1859, año en el que Darwin publicó El origen de las especies, que revolucionó no sólo la Biología sino también las vidas de las personas de aquel siglo. En ciencia, siempre hay algo que hacer, algo que aclarar, algo en que pensar.
Más cerca de nosotros, a lo largo de nuestra vida diaria, hemos vivido cambios en la ciencia que han influido en nuestras costumbres de cada día. Quién no recuerda cuando la úlcera de estómago era el resultado del estrés y de la dieta y la curaban los dietistas, el psiquiatra o los cirujanos, mientras que ahora sabemos que es causada por una bacteria, la Helicobacter pylori, y se cura con antibióticos; o cuando el pescado azul y los huevos provocaban enfermedades cardiovasculares a través del aumento del colesterol en la sangre y, en la actualidad, o son saludables contra el colesterol o, por lo menos, son indiferentes. Con estos avances, ha mejorado la salud de la población puesto que conocemos mejor ciertas enfermedades y sus remedios.
En 2002, Thierry Poynard y su equipo, del Hospital Pitié-Salpêtrière, de Paris, publicaron un trabajo en el que examinaban la duración de la verdad en las investigaciones médicas. Para ello, tomaron todos los artículos publicados sobre la hepatitis y la cirrosis entre 1945 y 1999 y estudiaron la aceptación, a lo largo de los años, de las conclusiones sobre las causas y los remedios de estas enfermedades. En el año 2000, cuando los autores repasaron los artículos, sólo el 60% se seguía aceptando como cierto; el 19% se consideraba anticuado y el 21%, simplemente era falso, según el saber de ese momento. Es decir, la vida media de la verdad era de 45 años, y calcularon que dentro de 50 años, sólo el 26% de lo que ahora aceptamos como la verdad lo seguirá siendo. Y, curiosamente, no son los trabajos de mayor calidad los que más duran: calculando sobre la base de la supervivencia de 20 años, hasta entonces habían sobrevivido el 69% de los trabajos de poca calidad y solamente el 46% de los de más calidad. Por tanto, la buena metodología tampoco tiene un plus de supervivencia.
En resumen, ciencia, sí, pero con espíritu crítico; esto no trata de la fe, es certeza, plausabilidad y pruebas para apoyar las conclusiones que se alcanzan. Y, además, en la práctica es que otros científicos puedan repetir los experimentos llegando a los mismos resultados.
*Poynard, T., M. Munteanu, V. Ratziu, Y Banhamou, V. Di Martino, J. Taieb & P. Opolon. 2002. Truth survival in clinical research: An evidence-based requiem? Annals of Internal Medicine 136: 888-895.