De todos es sabido que a los médicos no hay quien les entienda la letra. Dicho así, parece como muy tajante, pero no soy el único que lo afirma, es que lo dicen ellos mismos. M. Parvaiz y sus colaboradores, del Hospital de St. Richard, en Chichester, Inglaterra, después de recopilar los impresos de admisión de 45 pacientes en el servicio ortopédico del hospital, los hizo analizar por un equipo multidisciplinar de médicos formado por 175 doctores. Incluso entre los cirujanos ortopédicos sólo el 57,2% entiende correctamente los impresos, seguidos por los fisioterapeutas con el 49,9%. Pero no sólo hay quien no entiende, también hay quien malinterpreta, lo que es casi más peligroso: aquí son los médicos generalistas los que más lo hacen (4,5%), seguidos de los médicos de urgencias (4,2%) y, asómbrense, de los cirujanos ortopédicos (3,7%). Según los autores, la mayor parte de los malentendidos vienen provocados por el uso de abreviaturas que no son estándar sino creación personal de quien escribe la admisión. En resumen, además de la letra, inventan nuevos términos.
Tanto es así que algunos médicos han propuesto que se trate (y se enseñe) la terminología de los especialistas médicos como si de un idioma extranjero se tratara. El doctor Prodip Das-Purkayastha y su grupo, del Hospital Real de Bath, en Inglaterra, hicieron una encuesta entre 45 médicos sobre los términos utilizados por los cirujanos de nariz, oído y garganta y encontraron que, a pesar de que la mayoría de los encuestados consideraba que cualquier doctor era capaz de leer y entender notas de cualquier especialidad, resulta que el 90% de ellos no se aclaraba con los términos de los cirujanos de otorrinolaringología. Y otra vez, la mayor culpa en la confusión estaba en las abreviaturas.
Y, además, muchas situaciones de la vida que son relativamente habituales, han sido medicalizadas al inventar términos que las han convertido en enfermedades, y esto influye en la percepción de ellas que tienen los enfermos (si es que los son, enfermos quiero decir). Por ejemplo, como nos cuenta Meredith Young y su equipo, de la Universidad McMaster, de Ontario, en Canadá, la impotencia es ahora disfunción eréctil; el constipado es rinitis; la sudoración excesiva, hiperhidrosis; la tensión alta, hipertensión; el ataque al corazón, infarto de miocardio; la acidez de estómago, raflujo gastroesofágico; y así, más y más enfermedades. Y es evidente, para el enfermo, que la disfución eréctil, la rinitis, la hiperhidrosis, la hipertensión, y demás términos que he enumerado son enfermedades mucho más graves que sus contrapartidas de siempre. No sólo sufrimos las mismas enfermedades que nuestros padres sino que, encima, estamos mucho más graves. Un desastre.
¿Y a qué nos lleva todo esto? Pues, entre otras cosas, a que busquemos las instrucciones, o los prospectos si son medicinas, y los leamos con detalle aunque no entendamos casi nada y sean una fuente indudable de hipocondria. Christopher Hsee y sus colegas, de la Universidad de Chicago, han dado a elegir a varios compradores, dejando de lado los medicamentos, entre cámaras digitales, aceite de sésamo, teléfonos móviles o patatas fritas, y siempre han elegido las que tienen más especificaciones aunque éstas sean prácticamente inútiles, poco informativas o, incluso, erróneas. En fin, nos encanta la palabrería.
*Das-Purkayastha, P., K. McLeod & R. Canter. 2004. Specialist medical abbreviations as a foreign language. Journal of the Royal Society of Medicine 97: 456.
*Hsee, C.K., Y. Yang, Y. Gu & J. Chen. 2009. Specifications seeking: How product specifications influence consumer preference. Journal of Consumer Research 35: DOI: 10.1086/593947.
*Parvaiz, M., G.K. Singh, R. Hafeez & H. Sharma. 2006. Do multidisciplinary team members correctly interpret the abbreviations used in the medical records? Scottish Medical Journal 51: 49.
*Young, M.E., G.R. Norman & K.R. Humphreys. 2008. The role of medical language in changing public perceptions of illness. PLoS ONE 3: e3875.