Así comienzan Thomas Eisner y Daniel Aneshansley, de la Universidad Cornell, de Ithaca en Estados Unidos, su artículo sobre Stenaptinus insignis: “Los escarabajos tienen un problema. A diferencia de las moscas, las mariposas, las libélulas y otros insectos, no pueden iniciar el vuelo instantáneamente. Para activar las alas, primero deben descubrirlas pues están escondidas debajo de unas cubiertas llamadas élitros y esto lleva su tiempo.” Los élitros son, en realidad, el primer par de alas reducidas y endurecidas para servir de protección al cuerpo y a los otros pares de alas. Eisner y Aneshansley continuan escribiendo que cualquier tipo de distracción del depredador que permita al escarabajo desplegar sus alas será, además, un plus para su supervivencia. Los escarabajos de la familia Carabidae, que es de los que va a tratar este texto, viven en el suelo y están en peligro constante de ser atacados por hormigas; para defenderse tienen glándulas secretoras en el tegumento. Estas glándulas, normalmente un par, secretan compuestos muy tóxicos que pueden llevar ácidos, aldehídos, fenoles y quinonas. Además, la mayoría de los carábidos son capaces de disparar estos venenos con fuerza, como un espray, hasta 20 veces seguidas y se vacíen las glándulas.
A la vez que la descarga del veneno, se oye una explosión o un silbido suave (un “pop” o un “hiss”, en inglés y según los autores), según la especie, y el veneno llega a alcanzar los 100ºC. Las glándulas tienen dos compartimentos separados con diferentes compuestos; al dispararse, se unen las sustancias y se libera oxígeno, que actúa como combustible para proporcionar fuerza a la salida del veneno y aumentar la temperatura. Todo esto hace que estos escarabajos sean difíciles de capturar con la mano desnuda. Por otra parte, el animal puede, más o menos, dirigir el disparo girando el extremo del abdomen.
En otro trabajo del grupo de Eisner, con el escarabajo Pheropsophus aequinoctialis, demostraron la tremenda eficacia de este sistema de defensa ante los ataques de la araña Lycosa ceratiola. El escarabajo dispara sus glándulas durante 43 milisegundos de media (milésimas de segundo) y la araña huye a los 58 milisegundos de media. Incluso, en algunos casos, la araña llega a perder una o dos patas después del ataque, quizá por la elevada temperatura del veneno más que por su composición. Por cierto, las arañas no aprenden y, después de los ataques fallidos, cada vez que se tropiezan con el escarabajo vuelven a atacar; ni siquiera aprenden a huir más rápido.
*Eisner, T. & D.J. Aneshansley. 1999. Spray mining in the bombardier beetle: Photographic evidence. Proceedings of the National Academy of Sciences USA 96: 9705-979.
*Eisner, T., D. Aneshansley, M.L. del Campo, M. Eisner, J.H. Frank & M. Deyrup. 2006. Effecto of bombardier beetle spray on a wolf spider: repellency and leg autotomy. Chemoecology 16: 185-189.
*Eisner, T., J. Yack & D.J. Aneshansley. 2001. Acoustic concomitants of the defensive discharges of a primitive bombardier beetle (Metrius contractus). Chemoecology 11: 221-223.