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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Rubor

El cuerpo responde cuando se siente incómodo, por ejemplo, por la ansiedad ante los contactos con nuestros semejantes en nuestra vida social. Esa incomodidad se traduce en rubor, sudor excesivo, temblores en la voz,… El rubor es uno de los síntomas más difíciles de controlar ya que es observado antes por los demás que por quien se ruboriza, lo que se traduce en más ansiedad y más rubor. Incluso el mismo miedo a ruborizarse ruboriza. Tan importante puede ser el rubor en la vida de quien lo sufre que Mark Twain definió al hombre como el único animal que se ruboriza. Desde el punto de vista psiquiátrico, el rubor puede ser un síntoma de fobia social. Por tanto, conocer mejor el rubor es necesario para controlarlo, tanto en situaciones normales como en las patológicas.

Si alguien quiere iniciarse en el estudio del rubor, según D.J. Stein y C. Bouwer, de la Universidad de Stellenbosch, en Tygerberg (Sudáfrica), debe comenzar por Charles Darwin y su libro La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, publicado en 1872. El rubor, según Darwin, es un fenómeno universal, presente en todas las razas y culturas, y más común en las mujeres que en los hombres. Se inicia en la infancia, aunque no en los bebés pues es un proceso social que necesita la presencia y el conocimiento de la existencia del otro. Hay múltiples causas que pueden causar el enrojecimiento de la piel, incluso el miedo al propio enrojecimiento o la acusación de estar ruborizado aunque en ese preciso momento no lo esté el sujeto. Es muy habitual que el rubor se acompañe de una sonrisa muy poco sincera y más bien apurada.

La causa es siempre una dilatación de los vasos sanguíneos superficiales controlada por el sistema nervioso simpático. Por ello, hay muchos agentes que, si provocan esa vasodilatación, conseguirán igualmente el enrojecimiento de la piel. Uno de esos agentes es el alcohol que se transforma en acetaldehido que actúa como vasodilatador.

El rubor se produce incluso aunque la situación embarazosa no esté en contacto directo con el sujeto. Peter Drummond y su equipo, de la Universidad Murdoch, en Australia, plantearon un experimento con 16 individuos y 16 controles a los que, en una habitación aislada, entrevistaron brevemente para resumir un pequeño curriculum de cada uno y, después de un pequeño descanso, les invitaron a dar una charla de unos tres minutos sobre su propio trabajo. Para calcular cuanto enrojecen, Drummond y su grupo miden la temperatura de la cara y el flujo sanguíneo en la frente. Los individuos que declaran tener miedo a enrojecer, se ruborizan antes, más rápido y vuelven al color normal más lentamente que los individuos del grupo control, que declaran no tener miedo a ruborizarse. Y, según los autores, si se ruborizan antes, más y por más tiempo, y tienen miedo a ruborizarse, la única conclusión es que el enrojecimiento se autoalimenta en cada episodio embarazoso.

Drummond y sus colaboradores también se preguntaron si existía algún cambio en el enrojecimiento según el color de la piel del sujeto. Para ello, experimentaron con 16 caucasianos y 16 indios y les hiceron realizar cálculos mentales matemáticos y cantar una canción popular (El viejo MacDonald tenía una granja, con ruido de fondo de vacas, patos y perros). La temperatura de la piel y el flujo sanguíneo resultó ser similar en ambos grupos. Sin embargo, los autores consideran que el tono más oscuro de la piel disminuye el miedo al rubor puesto que el sujeto es consciente de ser menos visible durante los contactos sociales embarazosos. El rubor no cambia; su percepción, sí.

Tan serio puede llegar a ser el rubor para la vida social de algunas personas que se han propuesto métodos quirúrgicos para eliminarlo, seccionando los cordones nerviosos del sistema simpático que lo controlan. Sin embargo, según Corine Dijk y Peter de Jong, de la Universidad de Groningen, en Holanda, su eficacia no está demostrada, hay pocas pruebas todavía y, en algunos casos, se producen desagradables efectos secundarios, como una excesiva sudoración. Además, ¿por qué debemos eliminar uno de los métodos más evidentes que la especie humana tiene para comunicarse entre sí?

Desde un enfoque biológico y evolutivo, hay diferentes hipótesis sobre la razón de existencia del rubor: avisar al grupo de que se ha violado alguna de sus reglas, de que se está siendo observado por algún individuo hostil, de que los otros te juzgan como socialmente inaceptable o de que se ha perdido la autoestima y se pide a los otros miembros del grupo ayuda para recuperarla. De hecho, el rubor mitiga las reacciones negativas de los otros. Seguramente, desde el punto de vista evolutivo, el rubor deriva de los diferentes sistemas de apaciguamiento que se observan en muchas especies de mamíferos. Y también de busca de pareja, pues el rubor tiene un cierto significado sexual sobre todo en las mujeres.

*Darwin, C. 1872 (1984). La expresión de las emociones en los animales y en el hombre. Alianza Ed. Madrid.

*Dijk, C. & P.J. de Jong. 2006. Surgical treatment for blushing. Lancet 367 2059.

*Drummond, P.D., K. Back, J. Harrison, F.D. Helgadottir, B. Lange, C. Lee, K. Leavy, C. Novatscou, A. Orner, H. Pham, J. Prance, D. Radford & L. Wheatley. 2007. Blushing during social interactions in people with a fear of blushing. Behaviour Research and Therapy 45: 1601-1608.

*Drummond, P.D. & H.K. Lim. 2000. The significance of blushing for fair- and dark-skinned people. Personality and Individual Differences 29: 1123-1132.

*Stein, D.J. & C. Bouwer. 1997. Blushing and social phobia: a neuroethological speculation. Medical Hypotheses 49: 101-108.

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