Uno se pregunta a menudo cuánto de verdad tiene el famoso ¡Eureka! de Arquímedes en los descubrimientos científicos. Según James Austin, veterano científico del Centro Médico de la Universidad de Colorado en Denver, hay cuatro tipos de suerte que ayudan a los investigadores en sus hallazgos. En primer lugar, la suerte ciega, sin más historias; uno está allí, en el tiempo y lugar oportuno y el descubrimiento más bien le encuentra a uno que viceversa. Y otros tres tipos que están influenciados en mayor o menor grado por alguna característica de la conducta del científico. Está lo que en inglés llaman altamirage (y que no sé cómo traducir) en el que la buena suerte aparece por la conducta activa del investigador; por ejemplo, el arqueólogo que estudia con detalle y a menudo su excavación y acaba relacionando los hallazgos de cerámica con su fabricación y la economía del lugar; es decir, salir del contexto y entrar en la investigación por otra puerta distinta. Quizá la traducción de altamirage sea trabajo y creatividad.
Por el contrario, la serendipia es un descubrimiento hecho por una concatenación de accidentes, sin intervención activa del científico. Es un término introducido en inglés en el siglo XVIII, y en castellano a veces se considera sinónimo de chiripa (¿no les parece que en ingles serendipity y chiripa en castellano suenan muy parecido?).
Y, finalmente, está el que descubre algo porque su conducta habitual y contínua es la búsqueda, y tanto buscar al final llega a algún sitio más o menos interesante o novedoso.
En resumen, en el estudio de la historia de los mayores descubrimientos científicos siempre acaba apareciendo, allí en la base, más de uno de estos tipos de suerte. Parece ser que, según Austin, con uno solo no se llega muy lejos.
*Austin, J.H. 1979. The varieties of chance in scientific research. Medical Hypotheses 5: 737-741.