La revolución popular desarrollada en Egipto tras la chispa de Túnez se ha cobrado la cabeza del dictador Mubarak. Dos rasgos sobresalen en la reflexión sobre estos hechos: La sorprendente rapidez de su evolución y la complejidad del proceso. En occidente tendemos a simplificar las cosas y acabamos pecando de un esquematismo reduccionista. Obama ha señalado con razón que este paso no es un un final sino un punto de partida.
La dimensión de los acontecimentos del país del Nilo relega a un segundo plano temas tan fundamentales como los nuevos pasos de la llamada izquierda abertzale o la financiación de la deuda de las autonomías. El FMI hace autocrítica sobre la cabeza ya cortada. Como siempre, pero…