El cine tiene enormes valores pero también algunos elementos que exigen una mirada crítica.
El séptimo arte no está incluido en el temario de la educación básica, al menos con la importancia que le corresponde en la actualidad. No podemos ni de lejos establecer comparaciones con la literatura en los programas educativos. El cine queda arrinconado dentro de la historia del Arte pero no suele sobrepasar un mero esquema de datos sobre títulos y directores. El cine es una obra de creación audiovisual y tal y como vengo señalando sobre la comunicación visual sufre una importante desconsideración. No es un mero producto de entretenimiento pues condiciona importantes modelos, valores y comportamientos.
El público suele concentrar en los actores el valor central de la obra cinematográfica, como la punta visible de un iceberg. Las actitudes exhibicionistas y el glamour adquieren enorme importancia y refuerzo. Los valores de la mercadotecnia se imponen sobre los valores creativos. En todos estos años en los que vengo trabajando ningún guionista (que no haya sido a la vez director o productor) ha alcanzado la categoría de estrella principal en Sansebastián a pesar de ser uno de los eventos con más atención a la creación audiovisual en todos sus aspectos. Se difunde una cultura que infravalora lo menos espectacular. Nuestra cultura desconfía de las imágenes pero a su vez se idolatran sus perfiles más negativos.
El cine es la obra más conocida y destacada del mundo de la ficción, de lo que se llama “realidad virtual”. Nos lleva esta reflexión al debate sobre el mundo de las apariencias, al “arte del simulacro”. Vivimos en la sociedad que sobredimensiona las apariencias, más que nunca, un mundo que muchas veces no sabe distinguir la realidad de la ficción. Es un profundo debate. Los caricaturistas desde el sentido del humor y desde el sentido del juego, nuestras dos patas, nos dedicamos a eso, a una permanente crítica de las apariencias.
El cine es arte en movimiento, por tanto los valores del tiempo (valor masculino) se imponen sobre los valores del espacio (valor femenino). La acción pesa más que la posición. Lo histórico se prioriza sobre lo alegórico. La linealidad del discurso que se sucede importa más que la instantánea. Las nuevas generaciones no dan ningún valor a obras pictóricas tipo Las Meninas porque en ellas “no pasa nada”. Es el vértigo de los acontecimientos que no podemos atrapar.
Todo esto implica por tanto una educación sobre una serie de valores de enorme trascendencia cultural y social. Precisamente el cine también atraviesa su crisis y tiene que ver con las nuevas tecnologías, con la otra manera de leer que presenta internet de lecturas fráctales en redes. No es una mera competencia de cuota de pantalla, de disputa de atención, es un profundo cambio en las maneras de ver y de entender el mundo y sus relaciones. Me parece que el debate educativo tiene muchos más aspectos de discusión que la figura de una autoridad que trata de imponerse desde adaptaciones de modelos lineales paternalistas. Se pierde la autoridad cuando no somos capaces de abordar los nuevos modelos, cuando no somos capaces de articular los múltiples enfoques de las nuevas realidades. Y la cuestión clave no está en aprender meras técnicas. Es otro rollo.
Nota: Ahí tienen los tres directores del cine francés que este año han competido en la sección oficial. El presidente del jurado también era francés y me me he quedado con la sospecha de si hacía el papel de D´Artacan.
R. Duvall un flamante premio Donostia del 2003 se nos hizo el muerto. Muy vivo.
Imanol Uribe recibió el cariño de todo buen osito.