MOBILIARIO URBANO POR ÁNGEL RESA
Deberíamos untar a los miembros del COI para que todas las pruebas de medio fondo y fondo entero se celebrasen aquí
Ante la previsible avalancha de críticas propulsadas desde los sectores militantes del descontento crónico quiero aprovechar el primer párrafo para aclarar que me parece estupenda la vocación deportiva de Vitoria. Además de lucir equipamientos sociales y derechos civiles desde los tiempos del alcalde por antonomasia, la capital alavesa lleva toda una vida ligada a la actividad física como pareja de hecho. Es más, habría que buscar la llave del fondo de reptiles para untar (nótese la ironía) a los miembros del COI de tal modo que –independientemente de la sede olímpica cuatrienal- todas las pruebas atléticas de medio fondo o fondo entero se celebrasen en nuestras calles, avenidas, rotondas (sobre todo) y plazas. Nos lo hemos ganado, que aquí oímos un silbato y corremos con mayor ímpetu que los valientes delante de los toros durante las fiestas universales de San Fermín.
Si tienen a bien leer estas líneas cuiden de dónde lo hacen. No vaya a ocurrir que resulten atropellados por algunos de los casi 1.800 triatletas hiperpreparados que han hallado en Vitoria una nueva meca para su completísima especialidad: nadan como náufragos en busca de una isla, pedalean cual ciclistas de alto nivel y galopan cortando el viento sobre esas zapatillas tan buenas y ligeras. Unos hércules modernos que destilan goce en cada gota de sufrimiento mientras otros pasamos las hojas del periódico sin perder de vista el vaso de vermú. Aquí montamos carreras por todo: la multitudinaria de la mujer en la que deberíamos implicarnos los hombres por una causa fetén, la de la Batalla, la media maratón, la lúdica de San Silvestre… Si algún comerciante busca su nicho de mercado no tiene más que abrir una tienda de deportes en Vitoria, aunque la oferta ya abunda. Nuestro campeón mundial Martín Fiz ya lo ha hecho y su local parece un centro de peregrinación para quienes se sienten incapaces de permanecer quietos. Ahí se les ve a la puerta, enfrente del Prado, estirando y soltando músculos. Puros bailes de San Vito.
Como punto relevante en el mapa europeo de la actividad física deberíamos rebozarnos de orgullo. Ahora, todo acontecimiento masivo se cobra peajes en forma de incomodidad. Hasta el honor paga un precio. El triatlón de hoy corta calles todo el día, reduce los ya contenidos estacionamientos y priva a los hosteleros de negociar con los veladores de las terrazas. El tranvía se detiene donde propuso Cuerda después de rechazarlo, los autobuses cederán el paso a los deportistas y los profesionales del taxi jurarán en arameo con el cliente ojo avizor al contador de los euros. Y como a usted se le ocurra la mala e ilegal idea de aparcar el coche en un arcén próximo al pantano, trescientos euros para abrir cartera y dos cupones menos en el carné de chófer. Digo yo que tampoco nos vamos a flagelar porque unas jornadas al año viremos los hábitos y abracemos el Plan de Movilidad Sostenible. Con tantas pruebas atléticas intuyo la mano de Salvador Rueda, el gurú de la ecología urbana, en cada cartel anunciador de todas las carreras.
En cambio, sí se puede armar la de dios el día en que hasta los sedentarios que nos cansamos solo con ver correr a otros decidamos trotar para interponer nuestras quejas. Leemos que los partidos políticos mantienen deudas considerables con los actuales bancos y las antiguas cajas, entidades que les refinancian la pella o –en algunos casos- incluso condonan parte de ella. Y nos rebulle la sangre al recordar que una mísera demora en un particular le acarrea intereses de aquí te espero. Quienes proclaman igualdades derriban los platillos de la justicia y los encargados de cobrar miran depende de qué manera según la identidad del deudor. O se altera el pulso de los autónomos cuando entregan la declaración de la renta en mayo y aguardan meses para cobrar lo suyo. En casos como estos dan ganas de salir corriendo y unirse a este ejército pacífico de triatletas que hoy copan las calles de Vitoria. Confiemos en que no se pierdan por alguna de sus innumerables rotondas.