MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
Va siendo hora de reivindicar la calidad baloncestística de Nocioni, además de ese carácter propio de un potro indómito
Tengo las estadísticas del viernes a mano, pero no necesito mirarlas para escribir –nada nuevo bajo el sol- que Andrés Nocioni es un jugador excepcional en el sentido estricto del término. El que sobresale del resto, el que vive fuera de los márgenes que definen lo corriente. Uno de esos deportistas que cuentan con la indulgencia plenaria de los aficionados, seguidores que dentro de mucho tiempo contarán a los nietos “yo vi jugar al ‘Chapu’”. Nos hemos tirado una década larga elogiando su espíritu canchero e indomable, la sangre que le hierve a borbotones dentro de venas y arterias que apenas pueden contener su hemorragia vital. El carácter que a veces se le revuelve como hacen los bumeranes. Pero qué quieren, con este hombre de Santa Fe –normal el lugar de nacimiento porque credo le sobra- siempre cabrá el dilema: o tomarlo o dejarlo. En realidad, la disyuntiva sobra. Mejor conmigo que en contra de mí.
Huelgan los debates en torno a ese espíritu competitivo que eleva la temperatura emocional de los compañeros y reduce a escombros la moral de los rivales. Por eso va siendo hora, antes de que el parqué deje de temblar un día por la retirada ojalá lejana de Nocioni, de ponderar la calidad baloncestística de este potro argentino. Andrés no solo empeña el alma en cada cita. Además, juega muy bien a este bendito deporte que aúna el físico con la técnica y la táctica con la rebeldía que gastan tipos como él. Irredentos de pura cepa. Recuerdo al ‘Chapu’ juvenil que, a la vuelta a la redacción tras verlo en un entrenamiento, me sacó una veta de escepticismo. “Joder, han traído una bestia parda que salta y destroza el aro. Pero no sé, no sé…”. Pasó por la forja paciente, modesta y sabia de Manresa y volvió con las aristas pulidas. No del todo, que las requiere para cortar adversarios.
En la madurez plena de quien nada necesita demostrar, Nocioni mete tiros lejanos, rebotea con el rostro fiero del poseso, impone su convencimiento desde el poste bajo y amaga como pocos. Ya saben, simula el lanzamiento para driblar con un bote bajo –echarla al suelo en la jerga baloncestística- y penetrar en el iceberg con la cuchilla afilada del rompehielos. Aún ignoro cómo puede mantener sanas las cervicales de tanto echarse el equipo a la espalda. Lástima que el trío arbitral no pitase anteayer la falta que le hizo Doellman –ambos firmaron un duelo de categoría del que resultó vencedor ‘Chapu’- en el penúltimo lance de un choque intensísimo. Parecía un acto de justicia que Andrés resolviera un duelo grande desde la línea del tiro libre.
Han transcurrido doce años desde aquel doblete legendario logrado por un equipo cuajado de argentinos. Y diez desde la Copa lograda en Sevilla con exhibiciones portentosas del propio Nocioni y de Scola. Al santafesino indómito le retumbó en el oído la sirena poderosa de la NBA, donde ha disputado 514 partidos con promedios de 23 minutos, diez puntos largos y casi cinco rebotes. Embistió mucho y bien cinco temporadas con la camiseta de los Bulls, resumió su escala en Sacramento como integrante de “una banda” (sic) y se divorció de la NBA tras soportar las filípicas en Philadelphia de Doug Collins, el entrenador que le calentaba la oreja y no lo sacaba. Todo para regresar a casa, a Vitoria, a la ciudad que lo eleva al altar como un santo de los suyos.
Se ha ganado a la gente por casta y también, insisto, por la evidencia de un talento incuestionable. Es listo el pibe. En una entrevista con quien esto firma, cuando todavía le quedaba todo el bosque por desbrozar, insistió. “Pon que soy alero”. Era la forma de despejar nieblas sobre su sitio en la pista y de labrarse un futuro mejor. Hoy, la evolución natural lo ha metido con un empujoncito hasta el puesto de ‘cuatro’. Tanto da, que da lo mismo. Sacando a los grandes o posteando a los pequeños, de cerca o de lejos, Nocioni aún reivindica la excepcionalidad. Debe pensar que para corriente ya está el agua del grifo.