MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
El espléndido Depósito de Aguas acoge la estremecedora muestra de World Press Photo
Acudir cada año a la muestra mundial de fotoperiodismo me parece una decisión muy recomendable. Y también un acierto fijar un contenedor adecuado para un contenido tan selecto. No podemos quejarnos en Vitoria por la falta de espacios nobles donde celebrar exposiciones y festejer la cultura. En el altozano de la ciudad hay palacios espléndidos, dispuestos a albergar todo lo relacionado con el alma. Montehermoso, por ejemplo, con su formidable Depósito de Aguas en la planta baja. Aquel viejo aljibe -preciosa palabra árabe- de la ciudad acoge 154 imágenes estremecedoras, síntomas de la podredumbre social.. Bajo sus arcos que recuerdan -establezcan las diferencias oportunas- a la mezquita cordobesa se acumulan momentos congelados de miserias humanas. Pero también algunos ejemplos de ternura infinita, ciertas pinceladas de esperanza frente a la brutalidad e instantáneas cenitales que forman bellas coreografías deportivas.
El jurado que ha seleccionado lo mejor de entre lo bueno partió de casi 104.000 fotografías, dejó 10.000 tras un ejercicio enorme de criba y permite contemplar centenar y media en los sótanos sobre los que algún día moraron la marquesa, José Bonaparte y Carlos V. Paul Hansen puede presumir del primer premio este año, aunque seguramente quisiera disponer su talento al servicio de realidades más amables. La imagen ganadora guarda relación con la profundidad excelsa de ‘Las Meninas’ de Velázquez. La muerte infantil representada por los cadáveres de dos niños conducidos a sus funerales en Gaza remueve mente, corazón y estómago, mandatos de de la denuncia periodística. Hombres iracundos claman con las bocas abiertas sobre esas barbas que distinguen a las gentes de la zona. La doble H, la hondura y el horror.
Alepo, la ciudad siria, nos sacude por los hombros para confirmar qué pocos hemos cambiado. Un niño herido en los ataques llora frente a la cámara, sin mirarla, como un muñeco roto. Es la tragedia con rostro humano, aumentada por el asco que supone advertir el sufrimiento de un crío. En otro panel un policía israelí pulveriza gas pimienta a centímetros de una cara palestina. Sé que por allí el odio viaja como un un sentimiento de ida y vuelta, pero así es la imagen que captó el autor a través de la mirilla angosta de su cámara. A escasa distancia jóvenes pandilleros salvadoreños, todo tatuajes detrás de las rejas, retan los ojos del observador.
Celebramos el centenario del nacimiento de Robert Capa, padre del fotoperiodismo, y valoramos cuántos profesionales desarrollan su legado de denunciar la barbarie. Hay en el Depósito de Aguas retratos en blanco y negro de rostros deformados por el ácido, consecuencia de ataques machistas que convierten a mujeres en modelos del espanto físico. Incluso en circunstancias tan abominables aflora el amor, representado por el beso de una chica casi sin rasgos a su madre también destrozada. Todavía en situaciones que traspasan los límites hallamos pedazos de fe en el ser humano. Como esa mujer que lee serenamente un libro, sentada sobre las basuras de un vertedero en los suburbios de Nairobi. O la clase impartida a un grupo de niños que tienen como aula sin paredes la tierra bajo el puente del ferrocarril en Nueva Delhi.
Me indignan los ataques inquisitoriales a la creación. Barcelona acaba de vetar como reclamo de su World Press Photo la imagen del torero Juan José Padilla ajustándose la montera el día que reapareció tras su pavorosa cornada. Cubierto el ojo perdido con el parche del pirata y con la boca torcida por la parálisis facial, el diestro jerezano prepara el milagro de la vuelta. La cruzada antitaurina catalana mezcla churras y merinas, confunde horas y manzanas, atenta contra la libertad. ¿Prohibirá exposiciones taurómacas de Goya? ¿Convertirá en clandestina la influencia de Picasso en ese mundo controvertido de luces y de sombras? La corrección política desemboca, a veces, en disparates como estos.